La polémica prohibición de las corridas de toros en Cataluña ha recorrido el verano entre tertulias y conversaciones. Como todo lo que afecta a las comunidades con un fuerte arraigo nacionalista, el asunto se ha politizado y han entrado en juego factores y motivaciones ajenos al propio sentido de la defensa de uno u otro posicionamiento ante la citada abolición.
Testimonio de ello es que la misma resolución en Canarias en 1991 suscitó un debate infinitamente menor.
Vaya por delante que no soy un gran aficionado taurino al uso, ni un antitaurino militante, aunque sí que asisto habitualmente a tres o cuatro corridas anuales, enmarcadas en las fiestas que frecuento, léase San Fermín, Tafalla, Aste Nagusia de Donostia y Bilbao, o San Juan de Tolosa, por lo que puedo situarme dentro de los seguidores de perfil medio.
Conozco los rudimentos del espectáculo y paso buenos momentos durante el desarrollo de la lidia.La imagen es de los sanfermines de este año y está tomada con el móvil.Del mismo modo he conocido otras manifestaciones taurinas más allá de las corridas de toros, íntimamente ligadas también a celebraciones festivas, como la suelta de vaquillas, encierros, sokamuturra, toros embolados, ...
Como primera premisa, sin entrar todavía a debatir sobre la idoneidad o no de la celebración de corridas de toros, no me gusta ese afán prohibitivo del Estado, intentando regular e inmiscuirse en la vida privada de las personas, determinando lo que es o no moralmente reprobable, siempre y cuando no se perjudique a terceros.
Aquí me surge la primera duda: las corridas de toros, ¿afectan a los intereses de terceras personas ajenas a su celebración y disfrute?Por otra parte, ¿acaba la prohibición con los aficionados? Si verdaderamente, el objetivo es evitar el sufrimiento de los toros en la plaza, no creo que se logre con la prohibición parcial del espectáculo, que continuará en otros puntos a los que podrán acceder los aficionados catalanes.
La única forma posible de acabar con ese u otros presuntos tratos vejatorios a los animales sería mediante la educación.
La prueba está en la decreciente asistencia a las corridas de toros y el abandono casi unánime de las mismas por parte del público juvenil, a quienes se ha educado en el respeto a los animales y efectivamente ven en los toros un trato a los mismos no acorde con sus convicciones.
Prohibir, ¿no creará el efecto contrario al que se pretende? Los ejemplos son múltiples: drogas, prostitución, conflicto de los alardes...
Volviendo al problema en cuestión, entiendo que desde un análisis aséptico, abstrayéndose de cualquier contaminación ya sea de tipo afectivo, político, histórico, ... es incuestionable que hay un sufrimiento del animal y un público que jalea y asiste invulnerable al destino del toro.Pero no es menos cierto que existe una tradición mantenida a lo largo de los siglos que no podemos borrar de un plumazo con un decreto-ley.
Aunque tampoco el hecho de que haya perdurado en el tiempo es condición suficiente y necesaria para su continuidad.
Las tradiciones cambian y se adaptan al entorno en el que se desarrollan y de la misma forma que no podemos aislar la fiesta de los toros de su contexto, tampoco se puede obviar desde el mundo del toro que el ámbito en el que se desenvuelve ha cambiado y las exigencias del público son otras.
Aficionados, empresarios, toreros, ganaderos, deberían reflexionar y preguntarse por qué cada vez acude menos público a las plazas, por qué la media de edad de quienes lo hacen es cada vez más alta, por qué otras variantes de la tauromaquia como los recortadores o los encierros van ganando adeptos frente al toreo tradicional, ...
La foto corresponde al encierro de Tafalla y una vez más la tomo prestada del amigo Atxu.El indudable valor estético que tiene una corrida de toros no puede finalizar, como ocurre en demasiadas ocasiones, en un baño de sangre propiciado en muchas ocasiones por la impericia del torero, incapaz de finalizar su faena dignamente, convirtiendo la muerte del toro en una sucesión de estocadas, puntillazos y descabellos.
Las corridas de toros no siempre han tenido el formato actual y han ido adaptándose a la sociedad que las engloba: del toreo a caballo se pasó al toreo a pie, se introdujeron los petos en los caballos para evitar las sangrías de equinos, etc.
En mi opinión, adaptarse o desaparecer, no hay otra alternativa.
En cuanto a la relación hombre-animal, no quiero ser tildado de demagógico, pero habría mucho de qué hablar.
¿Acaso es más lícito dar muerte a cientos de carabelas portuguesas (Physalia physalis), porque nos molestan para bañarnos tranquilamente en nuestras playas, como ha sucedido este verano, en lugar de evitar zambullirnos en el agua cuando éstas campan a sus anchas por ellas?
Pongo este ejemplo porque no he oído alzar ninguna voz en contra de dicha práctica. La foto está tomada de El Diario Vasco.De cualquier forma, la lucha entre la razón y la pasión siempre nos dará como resultado conflictos irresolubles.
Las cosas siempre son más difíciles de lo que parecen, no son blancas o negras, aunque evidentemente debemos posicionarnos.
En el conflicto al que nos referimos, la razón nos dicta situarnos en contra, aunque las emociones nos conducen al campo contrario.
Como resumen final, me mojo: yo no prohibiría las corridas de toros, aunque abriría un debate sobre el último tercio de la lidia.
Testimonio de ello es que la misma resolución en Canarias en 1991 suscitó un debate infinitamente menor.
Vaya por delante que no soy un gran aficionado taurino al uso, ni un antitaurino militante, aunque sí que asisto habitualmente a tres o cuatro corridas anuales, enmarcadas en las fiestas que frecuento, léase San Fermín, Tafalla, Aste Nagusia de Donostia y Bilbao, o San Juan de Tolosa, por lo que puedo situarme dentro de los seguidores de perfil medio.
Conozco los rudimentos del espectáculo y paso buenos momentos durante el desarrollo de la lidia.La imagen es de los sanfermines de este año y está tomada con el móvil.Del mismo modo he conocido otras manifestaciones taurinas más allá de las corridas de toros, íntimamente ligadas también a celebraciones festivas, como la suelta de vaquillas, encierros, sokamuturra, toros embolados, ...
Como primera premisa, sin entrar todavía a debatir sobre la idoneidad o no de la celebración de corridas de toros, no me gusta ese afán prohibitivo del Estado, intentando regular e inmiscuirse en la vida privada de las personas, determinando lo que es o no moralmente reprobable, siempre y cuando no se perjudique a terceros.
Aquí me surge la primera duda: las corridas de toros, ¿afectan a los intereses de terceras personas ajenas a su celebración y disfrute?Por otra parte, ¿acaba la prohibición con los aficionados? Si verdaderamente, el objetivo es evitar el sufrimiento de los toros en la plaza, no creo que se logre con la prohibición parcial del espectáculo, que continuará en otros puntos a los que podrán acceder los aficionados catalanes.
La única forma posible de acabar con ese u otros presuntos tratos vejatorios a los animales sería mediante la educación.
La prueba está en la decreciente asistencia a las corridas de toros y el abandono casi unánime de las mismas por parte del público juvenil, a quienes se ha educado en el respeto a los animales y efectivamente ven en los toros un trato a los mismos no acorde con sus convicciones.
Prohibir, ¿no creará el efecto contrario al que se pretende? Los ejemplos son múltiples: drogas, prostitución, conflicto de los alardes...
Volviendo al problema en cuestión, entiendo que desde un análisis aséptico, abstrayéndose de cualquier contaminación ya sea de tipo afectivo, político, histórico, ... es incuestionable que hay un sufrimiento del animal y un público que jalea y asiste invulnerable al destino del toro.Pero no es menos cierto que existe una tradición mantenida a lo largo de los siglos que no podemos borrar de un plumazo con un decreto-ley.
Aunque tampoco el hecho de que haya perdurado en el tiempo es condición suficiente y necesaria para su continuidad.
Las tradiciones cambian y se adaptan al entorno en el que se desarrollan y de la misma forma que no podemos aislar la fiesta de los toros de su contexto, tampoco se puede obviar desde el mundo del toro que el ámbito en el que se desenvuelve ha cambiado y las exigencias del público son otras.
Aficionados, empresarios, toreros, ganaderos, deberían reflexionar y preguntarse por qué cada vez acude menos público a las plazas, por qué la media de edad de quienes lo hacen es cada vez más alta, por qué otras variantes de la tauromaquia como los recortadores o los encierros van ganando adeptos frente al toreo tradicional, ...
La foto corresponde al encierro de Tafalla y una vez más la tomo prestada del amigo Atxu.El indudable valor estético que tiene una corrida de toros no puede finalizar, como ocurre en demasiadas ocasiones, en un baño de sangre propiciado en muchas ocasiones por la impericia del torero, incapaz de finalizar su faena dignamente, convirtiendo la muerte del toro en una sucesión de estocadas, puntillazos y descabellos.
Las corridas de toros no siempre han tenido el formato actual y han ido adaptándose a la sociedad que las engloba: del toreo a caballo se pasó al toreo a pie, se introdujeron los petos en los caballos para evitar las sangrías de equinos, etc.
En mi opinión, adaptarse o desaparecer, no hay otra alternativa.
En cuanto a la relación hombre-animal, no quiero ser tildado de demagógico, pero habría mucho de qué hablar.
¿Acaso es más lícito dar muerte a cientos de carabelas portuguesas (Physalia physalis), porque nos molestan para bañarnos tranquilamente en nuestras playas, como ha sucedido este verano, en lugar de evitar zambullirnos en el agua cuando éstas campan a sus anchas por ellas?
Pongo este ejemplo porque no he oído alzar ninguna voz en contra de dicha práctica. La foto está tomada de El Diario Vasco.De cualquier forma, la lucha entre la razón y la pasión siempre nos dará como resultado conflictos irresolubles.
Las cosas siempre son más difíciles de lo que parecen, no son blancas o negras, aunque evidentemente debemos posicionarnos.
En el conflicto al que nos referimos, la razón nos dicta situarnos en contra, aunque las emociones nos conducen al campo contrario.
Como resumen final, me mojo: yo no prohibiría las corridas de toros, aunque abriría un debate sobre el último tercio de la lidia.
Comentarios
Publicar un comentario