Con sumo cuidado, cuidado consumo o cuidado con el consumo. Sirva el juego de palabras para hablar sobre un tema muy ligado a la Navidad y al fin de año en que nos encontramos, máxime en época de crisis, de la que no acabamos de salir. Consumamos con sumo cuidado por mor de nuestras maltrechas economías, pero no dejemos de consumir porque la pirámide de cristal sobre la que hemos edificado nuestra sociedad se viene abajo. He ahí la paradoja en la que nos encontramos atrapados.Hace unas semanas pasaba por Donostia San Sebastián, una de las mentes más privilegiadas de estos años de puente entre milenios.
Quien haya leído al sociólogo polaco de origen judío Zigmunt Bauman, como es mi caso, no puede menos que atender con admiración cualquiera de sus disertaciones.
La lucidez y claridad con las que expone sus convicciones, seducen al más reticente de sus adversarios. Lejos del sesudo y a veces incomprensible lenguaje académico de muchos otros pensadores, su obra es amena y perfectamente inteligible.
Quien haya leído al sociólogo polaco de origen judío Zigmunt Bauman, como es mi caso, no puede menos que atender con admiración cualquiera de sus disertaciones.
La lucidez y claridad con las que expone sus convicciones, seducen al más reticente de sus adversarios. Lejos del sesudo y a veces incomprensible lenguaje académico de muchos otros pensadores, su obra es amena y perfectamente inteligible.
Su visita me indujo a comprar (¡cuidado, consumo!) su última obra, Mundo consumo. Y por supuesto a leerla. Aunque doy por infalible una relación causa-efecto entre ambos hechos, lo que no siempre se cumple.
El hilo conductor de la obra son una serie de conferencias pronunciadas por el autor en la Universidad de Viena, bajo un epígrafe común, ¿hay espacio para la ética en este mundo globalizado de consumidores?
Sin por ello pecar de ingenuo, cree que sí. A la revisión de su temática habitual sobre el mundo moderno, añade Bauman en esta ocasión una visión más optimista sobre la globalización, que la ve más como una oportunidad que como una amenaza.
La propia interdependencia entre los seres humanos promueve la solidaridad, aunque sólo sea por una motivación egoísta. Aquello que aflige o produce dolor a otro ser humano me afecta en tanto en cuanto todos estamos interconectados entre sí.
Repasando el pensamiento del autor, la idea sobre la que ha ido construyendo su análisis sobre el mundo que nos rodea es la de modernidad líquida, término que acuñó por primera vez en un libro del mismo título, publicado en 1999. Allí afirmaba:
"Los sólidos conservan su forma y persisten en el tiempo: duran, mientras que los líquidos son informes y se transforman constantemente, fluyen. Como la desregulación, la flexibilización o la liberación de los mercados"
En un mundo en el que todo cambia y fluye permanentemente, permanecer inalterable e inmutable supone un suicido. Pero por otra parte, el riesgo de diluirnos como un terrón de azúcar y dejarnos llevar por el río que corre a nuestro alrededor, constituye un riesgo no menos aterrador.
El camino a la identidad individual, motor de nuestra existencia moderna, es una interminable lucha entre el deseo de libertad y la demanda de seguridad.
En otra de sus obras, también muy interesante, "Múltiples culturas,una sola humanidad", nos advertía sobre la paradoja que se da en nuestro mundo actual, por una parte cada vez más globalizado, pero por otra con una creciente obsesión por las fronteras políticas.
Es precisamente la inseguridad la que nos mueve a buscar en las fronteras barreras que nos ayuden a preservar nuestra identidad. Inseguridad entendida como precariedad.
Todo cambia y fluye con tal rapidez (de nuevo el concepto de modernidad líquida) que buscamos desesperadamente ramas en las orillas a las que aferrarnos para sobrevivir y preservar nuestra identidad como individuos.Bauman siempre deja, no obstante, un espacio a la esperanza en todas sus obras. En una entrevista hace unos años, cuestionado al respecto, afirmaba:
"La gente optimista afirma que tenemos el mejor mundo posible; los pesimisitas son personas que desconfían que los optimistas tengan razón. Así que, por lo tanto, no soy ni optimista ni pesimista, porque creo firmemente en otra alternativa (y quizá mejor): que un mundo mejor es posible para mis congéneres humanos y que la posibilidad de lograrlo es real"
Quedémonos con ello como punto y final a esta reflexión.
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