La detención de los responsables de Megaupload ha vuelto a encender la mecha de esa bomba redonda como la de los tebeos que es el asunto de los derechos de autor e internet.
Como primera reflexión, reconozco haber bajado contenidos mediante la página clausurada, concretamente música.
Por otra parte, no hay duda de que en este asunto se mezclan diversas cuestiones, todas ellas contaminadas por diferentes intereses.
Y no discuto que es posible que hayan cometido alguna ilegalidad, pero ello no justifica que les cierren la empresa en su totalidad, incluso no permitiéndoles continuar con las actividades que el mismo ministerio fiscal norteamericano considera legales.
Y eso a pesar de que la foto que vi en el blog de Paco Galván, escritor y "amigo digital" con el que comparto muchas de sus apreciaciones y reflexiones, y que aquí reproduzco, me predispone en contra del personaje propietario y fundador de la web de descargas.
Hay varios hechos objetivos que son indiscutibles y de los que debería partir cualquier reflexión sobre el asunto.
En primer lugar, el derecho de los autores a recibir una prestación por su trabajo creativo, que compense en su justa medida el esfuerzo intelectual de cada uno de ellos.
Otro hecho objetivo es la existencia de empresas en internet que se lucran hasta extremos inconcebibles (ver foto de arriba), aprovechándose de la dejación que hacen muchas otras de las posibilidades de difusión de la cultura a través de la red. Con subterfugios legales como el intercambio de archivos enmarañan una red de apropiación indebida de contenidos ajenos por los que no dejan beneficio alguno a los autores.
No obstante, nos guste o no, estamos inmersos en una economía de mercado en la que la ley de la oferta y la demanda prima sobre cualquier otro argumento. Tampoco por el hecho de crear algo objetiva y estéticamente bello tenemos garantizada la compensación económica y la historia está plagada de ejemplos.
Por otra, el acceso a los contenidos de internet no puede ser acotado a discreción de los gobernantes de un país u otro cuando se trata de un espacio global y sin fronteras, a pesar de las limitaciones que algunas dictaduras imponen al acceso a muchos de los contenidos.
Un usuario francés o belga se ve perjudicado por acciones legales que se toman en Japón, por ejemplo. En el caso "megaupload", las leyes norteamericanas cierran preventivamente una página e imposibilitan que ciudadanos españoles puedan ejecutar acciones como el intercambio de archivos para consumo propio, que su legislación no penaliza.
Una cosa es hacer copias ilegales y distribuirlas ("top manta") y otra muy diferente descargarse archivos para consumo propio.
Nadie me va a convencer, como quieren las grandes distribuidoras y editoriales, de que una descarga es una venta perdida. No estoy de acuerdo. La gran mayoría de los que descargan contenidos culturales de internet no acudirían a ver la misma película a una sala de cine, o no comprarían el libro o el CD del autor que se descargan, si tuviesen que abonar la cantidad a la que estos productos se comercializan en los canales habituales. Y no me lo invento yo, hay sesudas encuestas que lo avalan.
Es más, una descarga, en muchos casos, contribuye más a la difusión de cultura que muchas grandes campañas publicitarias del tipo "ponga un libro en su mesilla" y a coste cero.
Otro gallo cantaría si estos contenidos se ofreciesen a un precio razonable en la red. La mejor prueba de lo que afirmo son los resultados de compañías como Apple y las miles de descargas de pago que consiguen con unos precios ajustados.
O experiencias como Spotify donde cientos de aficionados escuchamos miles de canciones cuando queremos aunque no las descarguemos, ni falta que hace.
Lo que no puede ser es que un libro en formato digital tenga a veces un precio superior a su versión en papel, cuando los costes de producción son infinitamente menores.
En cuanto al cine, he mencionado en este espacio en varias entradas la iniciativa del ayuntamiento de mi localidad de poner en marcha abonos de cine (doce, trece películas, depende de las fechas) a precios de aproximadamente un euro por sesión. Pues bien, hoy es el día que después de casi dos años de ponerse en marcha, la afluencia al cine no deja de crecer sesión tras sesión, incluidos los jueves de cine-club, cuando hace sólo un año había sesiones en las que pasábamos de veinte personas. Ayer sin ir más lejos, fui a sacar el abono para la última entrega y estaban agotados. Un pueblo de 18.000 habitantes llena sesión tras sesión una sala de casi 900 localidades cuatro días por semana. Y económicamente es factible y posible a pesar de la crisis, gracias al apoyo publicitario de una empresa local.
Aquí, desde luego, nadie echa en falta descargarse las últimas películas de la cartelera para verlas en casa.
De la música, no hace falta ni hablar. Llevamos oyendo la misma cantinela desde que salieron los magnetófonos y sobre todo las cintas de cassette y después los Cds, todos ellos soportes que por otra parte las mismas compañías editoras nos vendían pomposamente con el argumento de la posibilidad de copiar.
La industria musical debe ser más imaginativa y adaptarse a las nuevas circunstancias en lugar de enrocarse en sus poltronas y querer seguir viviendo como hace cuarenta años. Adaptarse o desaparecer, ya lo formuló Darwin hace muchos años. Sobrevive quien se adapta al entorno.
Nadie discute sin embargo que un periódico pueda ser leído en un bar por distintas personas o que un libro pueda ser prestado pública o privadamente infinidad de veces en una biblioteca y sin embargo ponemos límites a que estos préstamos se den en internet.
No estoy hablando de descargar para distribuir, sino de leer directamente en la red o en nuestra casa.
Por cierto, todos los periódicos tienen edición digital que comparten con la edición escrita y el acceso es libre, a pesar de que en un principio algunos de ellos cobraba por ello.
Es inútil cerrar páginas como Megaupload porque al día siguiente ya habían aparecido media docena de páginas similares.
La solución pasa por amoldarse a la realidad, y ésta nos enseña que es muy difícil parar un alud cuando éste ya corre montaña abajo y que lo que tenemos que hacer es correr a cubierto para que no nos pille y tomar las medidas adecuadas para, o bien no estar la próxima vez en el ojo del huracán o bien evitar que éste se produzca, o bien minimizar sus daños.
Las empresas culturales deben proporcionar y promocionar contenidos a precios justos que eviten que otros aprovechen los vacíos que éstas no llenan. Imaginación, previsión e inteligencia para anticiparse a los cambios.
Y qué decir de la espiral acción-represión. Los seres humanos, cuanto más nos pisotean, más enrabietados nos levantamos y no hace falta recurrir a los ejemplos para entender que cuanto más se prohíba más lejos se estará del objetivo que se persigue con el veto.
A propósito, todas las imágenes que he utilizado en esta entrada son copias de la red. Tampoco comercio con ellas, simplemente las difundo y en ningunas de las páginas de las que las he descargado limitaban su utilización. Espero no haber violado ninguna ley de protección de derechos de sus autores.
Como primera reflexión, reconozco haber bajado contenidos mediante la página clausurada, concretamente música.
Por otra parte, no hay duda de que en este asunto se mezclan diversas cuestiones, todas ellas contaminadas por diferentes intereses.
Y no discuto que es posible que hayan cometido alguna ilegalidad, pero ello no justifica que les cierren la empresa en su totalidad, incluso no permitiéndoles continuar con las actividades que el mismo ministerio fiscal norteamericano considera legales.
Y eso a pesar de que la foto que vi en el blog de Paco Galván, escritor y "amigo digital" con el que comparto muchas de sus apreciaciones y reflexiones, y que aquí reproduzco, me predispone en contra del personaje propietario y fundador de la web de descargas.
Hay varios hechos objetivos que son indiscutibles y de los que debería partir cualquier reflexión sobre el asunto.
En primer lugar, el derecho de los autores a recibir una prestación por su trabajo creativo, que compense en su justa medida el esfuerzo intelectual de cada uno de ellos.
Otro hecho objetivo es la existencia de empresas en internet que se lucran hasta extremos inconcebibles (ver foto de arriba), aprovechándose de la dejación que hacen muchas otras de las posibilidades de difusión de la cultura a través de la red. Con subterfugios legales como el intercambio de archivos enmarañan una red de apropiación indebida de contenidos ajenos por los que no dejan beneficio alguno a los autores.
No obstante, nos guste o no, estamos inmersos en una economía de mercado en la que la ley de la oferta y la demanda prima sobre cualquier otro argumento. Tampoco por el hecho de crear algo objetiva y estéticamente bello tenemos garantizada la compensación económica y la historia está plagada de ejemplos.
Por otra, el acceso a los contenidos de internet no puede ser acotado a discreción de los gobernantes de un país u otro cuando se trata de un espacio global y sin fronteras, a pesar de las limitaciones que algunas dictaduras imponen al acceso a muchos de los contenidos.
Un usuario francés o belga se ve perjudicado por acciones legales que se toman en Japón, por ejemplo. En el caso "megaupload", las leyes norteamericanas cierran preventivamente una página e imposibilitan que ciudadanos españoles puedan ejecutar acciones como el intercambio de archivos para consumo propio, que su legislación no penaliza.
Una cosa es hacer copias ilegales y distribuirlas ("top manta") y otra muy diferente descargarse archivos para consumo propio.
Nadie me va a convencer, como quieren las grandes distribuidoras y editoriales, de que una descarga es una venta perdida. No estoy de acuerdo. La gran mayoría de los que descargan contenidos culturales de internet no acudirían a ver la misma película a una sala de cine, o no comprarían el libro o el CD del autor que se descargan, si tuviesen que abonar la cantidad a la que estos productos se comercializan en los canales habituales. Y no me lo invento yo, hay sesudas encuestas que lo avalan.
Es más, una descarga, en muchos casos, contribuye más a la difusión de cultura que muchas grandes campañas publicitarias del tipo "ponga un libro en su mesilla" y a coste cero.
Otro gallo cantaría si estos contenidos se ofreciesen a un precio razonable en la red. La mejor prueba de lo que afirmo son los resultados de compañías como Apple y las miles de descargas de pago que consiguen con unos precios ajustados.
O experiencias como Spotify donde cientos de aficionados escuchamos miles de canciones cuando queremos aunque no las descarguemos, ni falta que hace.
Lo que no puede ser es que un libro en formato digital tenga a veces un precio superior a su versión en papel, cuando los costes de producción son infinitamente menores.
En cuanto al cine, he mencionado en este espacio en varias entradas la iniciativa del ayuntamiento de mi localidad de poner en marcha abonos de cine (doce, trece películas, depende de las fechas) a precios de aproximadamente un euro por sesión. Pues bien, hoy es el día que después de casi dos años de ponerse en marcha, la afluencia al cine no deja de crecer sesión tras sesión, incluidos los jueves de cine-club, cuando hace sólo un año había sesiones en las que pasábamos de veinte personas. Ayer sin ir más lejos, fui a sacar el abono para la última entrega y estaban agotados. Un pueblo de 18.000 habitantes llena sesión tras sesión una sala de casi 900 localidades cuatro días por semana. Y económicamente es factible y posible a pesar de la crisis, gracias al apoyo publicitario de una empresa local.
Aquí, desde luego, nadie echa en falta descargarse las últimas películas de la cartelera para verlas en casa.
De la música, no hace falta ni hablar. Llevamos oyendo la misma cantinela desde que salieron los magnetófonos y sobre todo las cintas de cassette y después los Cds, todos ellos soportes que por otra parte las mismas compañías editoras nos vendían pomposamente con el argumento de la posibilidad de copiar.
La industria musical debe ser más imaginativa y adaptarse a las nuevas circunstancias en lugar de enrocarse en sus poltronas y querer seguir viviendo como hace cuarenta años. Adaptarse o desaparecer, ya lo formuló Darwin hace muchos años. Sobrevive quien se adapta al entorno.
Nadie discute sin embargo que un periódico pueda ser leído en un bar por distintas personas o que un libro pueda ser prestado pública o privadamente infinidad de veces en una biblioteca y sin embargo ponemos límites a que estos préstamos se den en internet.
No estoy hablando de descargar para distribuir, sino de leer directamente en la red o en nuestra casa.
Por cierto, todos los periódicos tienen edición digital que comparten con la edición escrita y el acceso es libre, a pesar de que en un principio algunos de ellos cobraba por ello.
Es inútil cerrar páginas como Megaupload porque al día siguiente ya habían aparecido media docena de páginas similares.
La solución pasa por amoldarse a la realidad, y ésta nos enseña que es muy difícil parar un alud cuando éste ya corre montaña abajo y que lo que tenemos que hacer es correr a cubierto para que no nos pille y tomar las medidas adecuadas para, o bien no estar la próxima vez en el ojo del huracán o bien evitar que éste se produzca, o bien minimizar sus daños.
Las empresas culturales deben proporcionar y promocionar contenidos a precios justos que eviten que otros aprovechen los vacíos que éstas no llenan. Imaginación, previsión e inteligencia para anticiparse a los cambios.
Y qué decir de la espiral acción-represión. Los seres humanos, cuanto más nos pisotean, más enrabietados nos levantamos y no hace falta recurrir a los ejemplos para entender que cuanto más se prohíba más lejos se estará del objetivo que se persigue con el veto.
A propósito, todas las imágenes que he utilizado en esta entrada son copias de la red. Tampoco comercio con ellas, simplemente las difundo y en ningunas de las páginas de las que las he descargado limitaban su utilización. Espero no haber violado ninguna ley de protección de derechos de sus autores.
cien por cien de acuerdo! ;)
ResponderEliminarEl internet ofrece un alcance global sin precedentes para negocios, permitiendo llegar a audiencias globales y agilizar operaciones. Sin embargo, la competencia es feroz, la ciberseguridad es crucial y la dependencia excesiva puede ser riesgosa. Estrategia y precaución son clave para maximizar sus beneficios.
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