Esta semana he visto la última magna obra de Paolo Sorrentino y me ha impresionado. Imágenes y música te envuelven en un trepidante ambiente en la siempre eterna Roma, con sus fuentes y monumentos, mezcla de esplendor y decadencia que nos recuerdan que no hay tanta distancia en el tiempo ni en el espacio con aquellos ciudadanos romanos de los últimos años del Imperio.
Las primeras escenas en la discoteca no son tan diferentes de aquellas orgías romanas que hemos visto recreadas en tantas películas.
El filme, queriéndolo o no, es un homenaje al Fellini de "La dolce vita" y "Ocho y medio". Como en aquélla, la visión del cineasta descansa en un periodista descreído y cargado de ironía, vestido de Armani, de nombre Jep Gambardella, encarnado por un excelso Toni Servillo, que nos recuerda al gran Marcello Mastroniani, aunque con unos años más.
Una cita de Céline, el escritor francés partidario de mostrarnos la realidad en toda su crudeza, sin máscaras, ya nos muestra el camino por el que va a discurrir el relato cinematográfico.
Las primeras escenas, donde un turista japonés, víctima del síndrome de Sthendal, sufre un infarto extasiado ante la belleza de Roma, compulsivamente atrapado en su afán de fotografiarlo todo, y la fiesta de cumpleaños de un todavía desconocido personaje para el espectador, a medio camino entre ejecutivo agresivo y gigolo pasadito de años, nos van situando poco a poco y atrapando nuestra atención.
Aunque al principio los saltos de escenarios dificultan captar el hilo conductor del argumento, con un estilo premeditadamente trepidante y exagerado, con un tiempo narrativo que se mueve entre los recuerdos del protagonista y el presente, sin darnos tiempo a darle un sentido a la película, aunque pronto la figura de Gambardella nos sitúa en la trama y su visión será el nexo de unión de toda la narración. Este desequilibrio formal, además de su intención estética postmoderna, nos muestra el contraste entre la aparente tranquilidad del protagonista, inmóvil e impasible en muchos momentos, y toda la sucesión de acontecimientos, personajes y sus experiencias vitales que fluyen incesantes a su alrededor.
También la música jugará su papel y nos envolverá en un segundo espacio que parece tener su propia continuidad. Joyas de la música clásica de Górecki o Bizet se mezclan con canciones horteras como "Mueve la colita" del Gato DJ o el "Far l'amore" de Rafaella Carrá, como ejemplo de ese talante de desmesuras y contrastes que constituyen la apuesta estética de la película.
La narración se centrará en el entorno del periodista de éxito Jep Gambardella, su magnífica casa con terraza sobre el Coliseo y su círculo de amistades, mezcla de intelectuales perdidos en la soledad o en el desengaño, que sólo parecen disfrutar de la vida en sus celebraciones, llenas de fiestas y actos sociales exclusivos, nobles de alquiler que viven de dar realce con su nombre a los diferentes saraos, con sus palacios convertidos en museos a los que sólo pueden acudir de noche a revivir sus recuerdos y esplendor pasado.
Jep, apoyado en el recuerdo de una antigua novia de la adolescencia, cuestionará su decadente entorno vital y a partir de ese momento se interesará sólo por la búsqueda de la belleza de las cosas. Como para Schopenhauer, la belleza y la compasión por los otros, son los dos únicos alivios que nos restan frente a la banalidad del mundo y la inutilidad y sinsentido de nuestra existencia.
Aunque tiene ese punto pesimista, la narración al mismo tiempo mantiene cierto sentido del humor socarrón, y Gambardella nos invitará a buscar una finalidad a nuestra vida mediante el "truco" de convertirnos en protagonistas de un relato sobre nuestra propia existencia.
Dará un repaso a todo lo que el mundo nos ofrece a nuestro a diestro y siniestro.
En diferentes escenas, se mofará del arte contemporáneo y su búsqueda de lo sorprendente más allá de su valor estético, de su presuntuosidad y comercialidad, de la industria cultural, de la religión institucional, presente por todos los rincones de Roma, de la no institucional, con esa monja entre poseída y extasiada, remedo de Teresa de Calcuta y que es recibida por la sociedad como un ser que nos limpia y absuelve de todos los males asociados a nuestro desarrollo.
Todos los personajes, incluido el protagonista, son vistos desde una mirada ácida, ridiculizando sus ademanes y postureos, exagerándolos en sus defectos, pero todos ellos son identificables como parte de nuestro mundo y acabamos sintiendo simpatía por su imperfección: el cardenal gastrónomo, la monja mística, la directora de periódico enana, la madura tetona que hace striptease en el club de su padre, los nobles de alquiler, el vecino criminal de altos vuelos, el político arribista, el médico especialista en estética que injerta diez botox por minuto... Sólo falta que aparezca Berlusconi.
En resumen, gran película sobre nuestra sociedad y sus males, sobre el hombre y su papel en el mundo, sobre las relaciones humanas, sobre la angustia vital, sobre la soledad del individuo.
Recomiendo verla en versión original en italiano para apreciar todos los matices de la voz de su gran actor protagonista.
Como dice al final de la película, "todo es un truco, un simple truco".
Las primeras escenas en la discoteca no son tan diferentes de aquellas orgías romanas que hemos visto recreadas en tantas películas.
El filme, queriéndolo o no, es un homenaje al Fellini de "La dolce vita" y "Ocho y medio". Como en aquélla, la visión del cineasta descansa en un periodista descreído y cargado de ironía, vestido de Armani, de nombre Jep Gambardella, encarnado por un excelso Toni Servillo, que nos recuerda al gran Marcello Mastroniani, aunque con unos años más.
Una cita de Céline, el escritor francés partidario de mostrarnos la realidad en toda su crudeza, sin máscaras, ya nos muestra el camino por el que va a discurrir el relato cinematográfico.
Las primeras escenas, donde un turista japonés, víctima del síndrome de Sthendal, sufre un infarto extasiado ante la belleza de Roma, compulsivamente atrapado en su afán de fotografiarlo todo, y la fiesta de cumpleaños de un todavía desconocido personaje para el espectador, a medio camino entre ejecutivo agresivo y gigolo pasadito de años, nos van situando poco a poco y atrapando nuestra atención.
Aunque al principio los saltos de escenarios dificultan captar el hilo conductor del argumento, con un estilo premeditadamente trepidante y exagerado, con un tiempo narrativo que se mueve entre los recuerdos del protagonista y el presente, sin darnos tiempo a darle un sentido a la película, aunque pronto la figura de Gambardella nos sitúa en la trama y su visión será el nexo de unión de toda la narración. Este desequilibrio formal, además de su intención estética postmoderna, nos muestra el contraste entre la aparente tranquilidad del protagonista, inmóvil e impasible en muchos momentos, y toda la sucesión de acontecimientos, personajes y sus experiencias vitales que fluyen incesantes a su alrededor.
También la música jugará su papel y nos envolverá en un segundo espacio que parece tener su propia continuidad. Joyas de la música clásica de Górecki o Bizet se mezclan con canciones horteras como "Mueve la colita" del Gato DJ o el "Far l'amore" de Rafaella Carrá, como ejemplo de ese talante de desmesuras y contrastes que constituyen la apuesta estética de la película.
La narración se centrará en el entorno del periodista de éxito Jep Gambardella, su magnífica casa con terraza sobre el Coliseo y su círculo de amistades, mezcla de intelectuales perdidos en la soledad o en el desengaño, que sólo parecen disfrutar de la vida en sus celebraciones, llenas de fiestas y actos sociales exclusivos, nobles de alquiler que viven de dar realce con su nombre a los diferentes saraos, con sus palacios convertidos en museos a los que sólo pueden acudir de noche a revivir sus recuerdos y esplendor pasado.
Jep, apoyado en el recuerdo de una antigua novia de la adolescencia, cuestionará su decadente entorno vital y a partir de ese momento se interesará sólo por la búsqueda de la belleza de las cosas. Como para Schopenhauer, la belleza y la compasión por los otros, son los dos únicos alivios que nos restan frente a la banalidad del mundo y la inutilidad y sinsentido de nuestra existencia.
Aunque tiene ese punto pesimista, la narración al mismo tiempo mantiene cierto sentido del humor socarrón, y Gambardella nos invitará a buscar una finalidad a nuestra vida mediante el "truco" de convertirnos en protagonistas de un relato sobre nuestra propia existencia.
Dará un repaso a todo lo que el mundo nos ofrece a nuestro a diestro y siniestro.
Todos los personajes, incluido el protagonista, son vistos desde una mirada ácida, ridiculizando sus ademanes y postureos, exagerándolos en sus defectos, pero todos ellos son identificables como parte de nuestro mundo y acabamos sintiendo simpatía por su imperfección: el cardenal gastrónomo, la monja mística, la directora de periódico enana, la madura tetona que hace striptease en el club de su padre, los nobles de alquiler, el vecino criminal de altos vuelos, el político arribista, el médico especialista en estética que injerta diez botox por minuto... Sólo falta que aparezca Berlusconi.
En resumen, gran película sobre nuestra sociedad y sus males, sobre el hombre y su papel en el mundo, sobre las relaciones humanas, sobre la angustia vital, sobre la soledad del individuo.
Recomiendo verla en versión original en italiano para apreciar todos los matices de la voz de su gran actor protagonista.
Como dice al final de la película, "todo es un truco, un simple truco".
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