Concretamente en quinto curso nos impartió la asignatura de Filosofía de la Religión. Tengo que confesar en este punto que yo no asistí a ninguna de sus clases, porque compaginé mi último curso de carrera con la "mili", el Servicio Militar Obligatorio, afortunadamente ya un recuerdo en la actualidad.
En cierto modo me ayudó a poner tierra de por medio y a abstraerme de las arbitrariedades y esperpentos de aquellos días de inutilidad, con la lectura de los "Diálogos sobre la religión natural" de David Hume, labor que me había encomendado el profesor Sádaba para los últimos meses del curso. Con un trabajo sobre dicha lectura y con la comprensión y algo de compasión por su parte, aprobé la asignatura.
Javier Sádaba era por aquellos años, militante defensor de la abolición del servicio militar obligatorio. En cualquier caso, y visto desde la distancia, hay que reconocer que también tuve mi mérito. Iruña-Pamplona y Hume quedarán unidas en mi memoria.
Tengo que decir además, que la lectura fue placentera. Siempre he sentido admiración por el filósofo escocés y su escepticismo moderado y antidogmatismo.
Volviendo a las memorias de Sádaba, hacen honor a su título. En ocasiones puede parecer que hasta en exceso, lo cierto es que no se calla ni esconde sus opiniones sobre la vida de su tiempo y los personajes y paisanajes que la han habitado.
Estoy de acuerdo en muchas de sus opiniones, sobre todo en su desconfianza hacia la política de partidos de las democracias occidentales, subordinada al poder de los grandes intereses económicos.
Aquí coincide con el lúcido lingüista, filósofo y politólogo norteamericano Noam Chomsky, incombustible activista frente a los demonios del capitalismo más furibundo.
También me veo identificado con su crítica a la tan manida y ensalzada Transición que en cierto modo, como él dice, debería llamarse Continuación. Aunque parece un tabú cuestionarse si la ruptura con el régimen hubiese sido un camino mejor, quizás hoy 40 años después estemos padeciendo el encorsetamiento que la Transición supuso para muchos de los problemas que quedaron irresolutos entonces, leáse las cuestiones vasca y catalana o la no laicidad del estado español, por poner sólo algunos ejemplos.
De la misma forma, comparto su reflexión sobre el tema vasco, quizá porque como él, también he tenido la oportunidad de vivirlo tanto desde dentro como desde la lejanía y en contacto con amigos y compañeros con una visión progresista de la sociedad pero con ciertos prejuicios a la hora de abordar estas cuestiones.
Otra parte muy importante de sus Memorias las dedica a la que ha sido otro de los ejes de su pensamiento: la bioética. Los avances de la ciencia médica y biológica, la genética en particular, hacen necesaria una reflexión acerca de las consecuencias que pueden acarrear en nuestras relaciones.
Pero no se trata de regular y poner límites anticipándonos a sus efectos, sino de apelar a la responsabilidad dejando el mayor margen posible a la libertad de elección.
Desde esta perspectiva Sádaba se centra en evitar el sufrimiento innecesario, ya que no aporta nada positivo y dificultad la felicidad y lo que él llamará la vida buena.
También el filósofo Wittgenstein, como en su vida académica, navega a lo largo de las páginas de sus memorias. Comparto mi admiración por el personaje y su obra.
Donde soy más crítico con Sábada es con su visión de la espiritualidad humana y su concepción de una mística natural que dé respuesta a lo que él cree un anhelo del hombre actual. Quizá su formación jesuítica le mediatiza su opinión y le impide abstraerse totalmente de una visión religiosa del hombre, a pesar de su declarada laicidad.
En cualquier caso he disfrutado con la lectura de sus memorias y me he reconocido en muchos de sus pasajes. En su epílogo nos confiesa que ha aprendido mientras las escribía y las pone en nuestras manos por si a alguien también le sirven para aprender algo. Pues bien, yo también he aprendido mientras las disfrutaba.
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ResponderEliminarformacionakashicos.online
ResponderEliminarAsí como la filosofía explora preguntas profundas sobre la existencia y el conocimiento, los registros akáshicos ofrecen una perspectiva espiritual que busca comprender el propósito y las experiencias del alma a través del tiempo.
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