Esta semana recibía en casa un prospecto publicitario de una empresa de cursos de idiomas en el extranjero.
Hojeando el mismo, me llamó la atención el titular y la fotografía que lo acompañaba, dirigidos a los jóvenes, objetivo de su atención, con el siguiente texto con gran alarde tipográfico:
"SIÉNTETE COMO EN CASA".
Como se aprecia en la fotografía, los chavales parece que viven como reyes, tumbona, solecito y piscinita. ¡No está mal!
También en el Diario Vasco de este fin de semana, leo un artículo acerca de un informe sobre las preferencias y motivaciones de nuestros jóvenes a la hora de elegir estudios universitarios.
En el mismo, y como resumen, llegan a la conclusión de que por una parte valoran la no excesiva dificultad de los mismos, que no les suponga un esfuerzo extraordinario y por otro, que les ofrezca salidas laborales cómodas y bien remuneradas, sin grandes exigencias.
También este fin de semana se ha celebrado una Jornada de puertas abiertas en el campus donostiarra de la EHU-UPV.
Como quiera que tengo dos hijas en edad de comenzar su formación universitaria el curso que viene, acudí al citado evento, con algo del escepticismo que me caracteriza, aunque abierto a recibir información que pueda ayudarme a orientarles en la difícil tarea que se les avecina.
La gran mayoría de las preguntas que los estudiantes dirigían a los profesores que explicaban los contenidos y objetivos de los diferentes estudios que conforman la oferta educativa, estaban dirigidos a conocer las salidas laborales de los mismos, más allá de motivaciones vocacionales que les indujeran a consultar sobre los contenidos de las diferentes disciplinas presentadas.
Todo ello me conduce a reflexionar en el siguiente sentido:
¿Cómo estamos educando a nuestros hijos?, tanto en casa, como en las escuelas o en nuestra sociedad del bienestar.
Por doquier escuchamos la expresión "educar en valores" como un objetivo comúnmente aceptado y apreciado por todos a la hora de establecer un ideal pedagógico hacia el cual dirigir nuestros esfuerzos educacionales.
Pero, ¿cuáles son esos valores?, ¿están en consonancia con los que transmitimos en nuestros quehaceres diarios?
Todos, individualmente, estamos de acuerdo cuando afirmamos que educar en valores es formar ciudadanos que se comprometan en la consecución de un mundo más justo, basado en una cultura ciudadana pluralista, democrática y solidaria.
Pero a nuestro alrededor, parece que la sociedad nos conduce por otro camino diferente.
Hace unas semanas, en una entrada dedicada al pensamiento de Zygmunt Bauman, hablaba de la sociedad de consumo en la que vivimos en contraposición a la anterior sociedad de producción, que fuera caldo de cultivo de las luchas sociales a lo largo del siglo XX.
Hace unas semanas, en una entrada dedicada al pensamiento de Zygmunt Bauman, hablaba de la sociedad de consumo en la que vivimos en contraposición a la anterior sociedad de producción, que fuera caldo de cultivo de las luchas sociales a lo largo del siglo XX.
Entonces, la durabilidad era un factor preponderante a la hora de consumir, mientras en la actual sociedad de consumo los bienes tienen fecha de caducidad y en muchas ocasiones se desechan incluso antes de haber dado una satisfacción al usuario.
La felicidad, máximo objetivo del hombre, no reside en adquirir nuevos productos, sino en descartarlos o cambiarlos. ("Hombre" entendido como especie animal, no se me enfaden las feministas, pero el lenguaje es como es y es así porque la sociedad ha sido machista, lo cual no presupone que se esté de acuerdo con que continúe siéndolo, pero no admito esa manía de utilizar continuamente las palabras en los dos géneros)
Por otra parte, y después de siglos de pensar en el más allá, se nos promete la felicidad aquí y ahora y de forma perpetua.
La felicidad, máximo objetivo del hombre, no reside en adquirir nuevos productos, sino en descartarlos o cambiarlos. ("Hombre" entendido como especie animal, no se me enfaden las feministas, pero el lenguaje es como es y es así porque la sociedad ha sido machista, lo cual no presupone que se esté de acuerdo con que continúe siéndolo, pero no admito esa manía de utilizar continuamente las palabras en los dos géneros)
Por otra parte, y después de siglos de pensar en el más allá, se nos promete la felicidad aquí y ahora y de forma perpetua.
No obstante, la realidad nos muestra que en la práctica nunca se alcanza esa felicidad soñada, lo que supone la frustración, inseguridad y estrés característicos de nuestro mundo desarrollado.
Este cortoplacismo ha hecho por otra parte que se pierdan valores tradicionales, que todos consideramos objetivos deseables, como el ahorro o el esfuerzo que conlleva, para sustituirlos por la incertidumbre y el gasto continuo.
En este contexto, queremos educar en valores a nuestros hijos, y este mar de contradicciones los arrastra sin rumbo fijo como un barco a la deriva, a merced de los embates de las olas (que en este caso serían los continuos flashes de la sociedad de consumo), haciéndolos indecisos e inseguros.
Volviendo al inicio de esta reflexión, e intentando cerrar el círculo argumentativo, cómo vamos a exigir esfuerzo si enseñamos que ir a aprender un idioma en verano es estar tumbado a la bartola tomando el sol, como en casa, o sea, sin pegar ni golpe.
Los mismos que viajaban a aprender inglés fregando platos, de au-pair, o con billetes de inter-rail, ahora meten horas extras fregando platos para que nuestros hijos estén "como en casa". Ni una cosa, ni otra.
No obstante, rompamos una lanza en favor de nuestros vástagos, exculpándoles de ello en cierta manera, y de ahí mi reflexión acerca de la sociedad de consumo en la que les estamos educando.
Podríamos hablar también de otro mal endémico de nuestra sociedad, en este caso desde un punto de vista práctico y más restringido al sistema educativo español, como es el desconocimiento el inglés en nuestro país, a la cola de los países europeos.
No es de recibo que la etapa obligatoria educativa no consiga que los alumnos acaben la misma con un nivel de conocimiento intermedio-alto (B2 en la escala común europea) sin tener que recurrir al endeudamiento familiar en academias, cursos en el extranjero, ...
¡Y qué decir de una segunda lengua extranjera!
Dejamos el tema abierto a un futuro desarrollo del mismo.
Kaixo! ¡Te seguimos!
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