Hace meses que quería escribir sobre este pequeño gran libro del nonagenario francés de origen alemán Stephan Hessel. Su lectura me produjo una grata impresión al reconocer en sus palabras los pensamientos que uno lleva ya tiempo defendiendo y pergeñando.
La primera noticia que tuve de este escrito fue a través de un artículo de Alfredo Tamayo Ayestarán, filósofo y teólogo no precisamente sospechoso de radical y antisistema, publicado en el Diario Vasco a finales de enero de este año. Aún no había sido traducido al castellano y corrí a Hendaya a conseguirlo en francés.
Todavía nadie imaginábamos la repercusión que las ideas del libro iban a tener, provocando el despertar de muchos jóvenes y no tan jóvenes indignados ante la indiferencia y conformismo de la sociedad actual.
En una de mis primeras entradas de este blog, Crisis, what crisis?, en octubre de 2008, hacía una reflexión acerca del tema que nos ocupa, y me remitía a las palabras del escritor alemán Gunter Grass, alertando del peligro que ha supuesto para la democracia el arrogamiento del capitalismo como sistema económico modelo del mundo, tras la desaparición del fallido modelo comunista de la Europa del Este.
El movimiento ciudadano ¡Democracia real ya! se ha hecho eco de las ideas del jubilado diplomático francés y ha concentrado en torno suyo el descontento de distintos sectores de nuestra sociedad con el paro, la inoperancia de los políticos profesionales, su conversión en una casta que vive fuera de la realidad, más preocupados por mantener su status y cuotas de poder que por resolver los problemas de los ciudadanos.
Anclados en una concepción del estado y la organización social propias de la sociedad del siglo XIX, han sido incapaces consciente o inconscientemente de adaptarse a la sociedad del siglo XXI, haciendo oídos sordos a todo aquello que les apartase de sus cuotas de poder.
Los ciudadanos hace ya muchos años que nos hicimos mayores. La universalización de la educación ha dado como resultado individuos más preparados y suficientemente maduros como para decidir por nosotros mismos y no a través de y mediatizados por políticos en muchas ocasiones con menor preparación y conocimientos que los ciudadanos a quienes dicen representar.
Nos dicen que nuestro voto es el garante de la democracia, bla, bla, bla ... ¿Pero quién elige a quienes nos representan? Entre ellos se lo cuecen y se lo meriendan y en treinta años de democracia seguimos viendo las mismas caras elección tras elección, alcaldes que se perpetúan en los cargos y que poco a poco van dejando en el camino la perspectiva de aquello que les hizo presentarse, para convertir los ayuntamientos en feudos personalistas y ególatras, políticos que cambian de partido a partido para seguir viviendo del erario, injustos recortes en los salarios de funcionarios públicos, mientras la "casta superior" sigue viajando en primera a hoy por hoy inútiles "cementerios de dinosaurios", ....
Urge un cambio de concepción de la democracia, y una participación real de los habitantes en la gestión de los problemas públicos, sobre todo en los ayuntamientos.
El sistema electoral es lo primero que debe modificarse si verdaderamente queremos que la democracia sea real como justamente reclaman quienes se manifiestan pacíficamente en las plazas. Queremos elegir a quienes nos representen uno a uno, en listas abiertas que hagan que la uniformidad que impone la disciplina de partidos se rompa y que quienes discrepan de la opinión mayoritaria no se conviertan en tránsfugas.
Nadie podrá discutir que la democracia tal y como la entendemos actualmente necesita adaptarse a los nuevos tiempos.
Si de algo podemos estar orgullosos de la actual juventud es de la actitud totalmente pacífica que han tenido sus manifestaciones y concentraciones, lejos de aquel espíritu combativo y revestido de violencia que suponían los levantamientos de siglos pasados.
Mientras se ha estado criticando la pasividad y falta de implicación de la actual juventud e incidido en su comodidad y falta de concienciación, nos están dando una lección de cómo protestar de forma pacífica y despertar la rabia contenida de miles de ciudadanos que creemos en que la democracia se construye desde la base y no nos viene dada desde organismos que no se han adaptado a las nuevas exigencias y viven ajenos al cambio que quienes los sustentamos demandamos.
Los políticos profesionales se amparan en las elecciones de las democracias occidentales como justificante de la legimitidad de su poder, pero la aceptación y sumisión al poder establecido en las democracias occidentales no presupone la renuncia de los ciudadanos a una sociedad más justa e igualitaria.
El problema no es nuevo. Ya filósofos del XVIII como David Hume lo estudiaron.
La idea del pacto o contrato social, iniciada por Hobbes y continuada por Locke y Rousseau, que cede a los gobernantes el poder con el consentimiento de los gobernados, aunque dejando la puerta abierta a la rebelión de éstos si existiese un incumplimiento del mismo, es contestada por el filósofo ilustrado escocés, quien niega la existencia de dicho pacto social como origen del poder, ya que éste ha sido conseguido mayoritariamente por la fuerza.
La legitimidad del Estado y las instituciones sociales no deriva de ninguna "ley natural" previa, sino de una convención cuyo fundamento radica en la utilidad de las mismas. Si dejan de ser útiles para garantizar los derechos de los ciudadanos pierden su legitimidad.
Este año se cumplen 300 años de su nacimiento en Edimburgo. Después de tantos años muchos de los que nos gobiernan todavía no han comprendido su pensamiento. Seguramente, ni siquiera lo han leído.
La primera noticia que tuve de este escrito fue a través de un artículo de Alfredo Tamayo Ayestarán, filósofo y teólogo no precisamente sospechoso de radical y antisistema, publicado en el Diario Vasco a finales de enero de este año. Aún no había sido traducido al castellano y corrí a Hendaya a conseguirlo en francés.
Todavía nadie imaginábamos la repercusión que las ideas del libro iban a tener, provocando el despertar de muchos jóvenes y no tan jóvenes indignados ante la indiferencia y conformismo de la sociedad actual.
En una de mis primeras entradas de este blog, Crisis, what crisis?, en octubre de 2008, hacía una reflexión acerca del tema que nos ocupa, y me remitía a las palabras del escritor alemán Gunter Grass, alertando del peligro que ha supuesto para la democracia el arrogamiento del capitalismo como sistema económico modelo del mundo, tras la desaparición del fallido modelo comunista de la Europa del Este.
El movimiento ciudadano ¡Democracia real ya! se ha hecho eco de las ideas del jubilado diplomático francés y ha concentrado en torno suyo el descontento de distintos sectores de nuestra sociedad con el paro, la inoperancia de los políticos profesionales, su conversión en una casta que vive fuera de la realidad, más preocupados por mantener su status y cuotas de poder que por resolver los problemas de los ciudadanos.
Anclados en una concepción del estado y la organización social propias de la sociedad del siglo XIX, han sido incapaces consciente o inconscientemente de adaptarse a la sociedad del siglo XXI, haciendo oídos sordos a todo aquello que les apartase de sus cuotas de poder.
Los ciudadanos hace ya muchos años que nos hicimos mayores. La universalización de la educación ha dado como resultado individuos más preparados y suficientemente maduros como para decidir por nosotros mismos y no a través de y mediatizados por políticos en muchas ocasiones con menor preparación y conocimientos que los ciudadanos a quienes dicen representar.
Nos dicen que nuestro voto es el garante de la democracia, bla, bla, bla ... ¿Pero quién elige a quienes nos representan? Entre ellos se lo cuecen y se lo meriendan y en treinta años de democracia seguimos viendo las mismas caras elección tras elección, alcaldes que se perpetúan en los cargos y que poco a poco van dejando en el camino la perspectiva de aquello que les hizo presentarse, para convertir los ayuntamientos en feudos personalistas y ególatras, políticos que cambian de partido a partido para seguir viviendo del erario, injustos recortes en los salarios de funcionarios públicos, mientras la "casta superior" sigue viajando en primera a hoy por hoy inútiles "cementerios de dinosaurios", ....
Urge un cambio de concepción de la democracia, y una participación real de los habitantes en la gestión de los problemas públicos, sobre todo en los ayuntamientos.
El sistema electoral es lo primero que debe modificarse si verdaderamente queremos que la democracia sea real como justamente reclaman quienes se manifiestan pacíficamente en las plazas. Queremos elegir a quienes nos representen uno a uno, en listas abiertas que hagan que la uniformidad que impone la disciplina de partidos se rompa y que quienes discrepan de la opinión mayoritaria no se conviertan en tránsfugas.
Nadie podrá discutir que la democracia tal y como la entendemos actualmente necesita adaptarse a los nuevos tiempos.
Si de algo podemos estar orgullosos de la actual juventud es de la actitud totalmente pacífica que han tenido sus manifestaciones y concentraciones, lejos de aquel espíritu combativo y revestido de violencia que suponían los levantamientos de siglos pasados.
Mientras se ha estado criticando la pasividad y falta de implicación de la actual juventud e incidido en su comodidad y falta de concienciación, nos están dando una lección de cómo protestar de forma pacífica y despertar la rabia contenida de miles de ciudadanos que creemos en que la democracia se construye desde la base y no nos viene dada desde organismos que no se han adaptado a las nuevas exigencias y viven ajenos al cambio que quienes los sustentamos demandamos.
Los políticos profesionales se amparan en las elecciones de las democracias occidentales como justificante de la legimitidad de su poder, pero la aceptación y sumisión al poder establecido en las democracias occidentales no presupone la renuncia de los ciudadanos a una sociedad más justa e igualitaria.
El problema no es nuevo. Ya filósofos del XVIII como David Hume lo estudiaron.
La idea del pacto o contrato social, iniciada por Hobbes y continuada por Locke y Rousseau, que cede a los gobernantes el poder con el consentimiento de los gobernados, aunque dejando la puerta abierta a la rebelión de éstos si existiese un incumplimiento del mismo, es contestada por el filósofo ilustrado escocés, quien niega la existencia de dicho pacto social como origen del poder, ya que éste ha sido conseguido mayoritariamente por la fuerza.
La legitimidad del Estado y las instituciones sociales no deriva de ninguna "ley natural" previa, sino de una convención cuyo fundamento radica en la utilidad de las mismas. Si dejan de ser útiles para garantizar los derechos de los ciudadanos pierden su legitimidad.
Este año se cumplen 300 años de su nacimiento en Edimburgo. Después de tantos años muchos de los que nos gobiernan todavía no han comprendido su pensamiento. Seguramente, ni siquiera lo han leído.
Lo has descrito perfectamente, poco más que añadir. La trastienda política suele aducir discreción, prudencia y el debatido "principio de precaución" sólo aplicable a conveniencia.... y a eso le llaman "cocina".... ¿Será por la papada!
ResponderEliminarHola Emilio. Soy Paco Galván, amigo de Jaime Garcimartín. Te agradezco profundamente tus indicaciones y tus consejos para el viaje que haré a Getaria con mi mujer. Cuando Jaime se ofreció a pedirte que me dieras unas "pistas" para el viaje no podía imaginarme tal profusión de datos e información. Solo voy cuatro días, uno de los cuales dedicaré prácticamente entero a Bilbao-Guggenheim por lo que tengo pistas para nuevos viajes.
ResponderEliminarGracias por tu interés y por haberme dedicado todo ese tiempo que sin duda has invertido en la recopilación y redacción del correo electrónico.
Un abrazo y felicidades por el blog. Es una maravilla. Prometo seguirlo de cerca.