Como se viene haciendo desde hace más de veinte años, se ha celebrado durante estas fechas cercanas a la festividad de los difuntos, la XXIII edición del Festival de Cine Fantástico y de Terror de Donostia-San Sebastián. Desde la literatura romántica de principios del siglo XIX, el terror siempre ha estado ligado a los difuntos.
Aunque si preguntásemos hoy a muchos de nuestros niños qué les evoca la primera noche del mes de noviembre, una gran mayoría nos respondería "Halloween", disfraces, calabazas, negro y naranja, ...
La fiesta anglosajona de origen celta exportada a los EEUU por los inmigrantes irlandeses, por mor de la manida globalización y magnificada por el cine y la televisión, se ha expandido por el mundo occidental, perdiendo su carácter y sentido original.
Cuando veo niños disfrazados yendo a sus colegios los días previos a la festividad, me pregunto qué nos lleva a descontextualizar tradiciones ajenas y qué ganamos con incorporarlas a nuestro acerbo cultural, abandonando otras costumbres que sí que forman parte de nuestro inventario folclórico.
Entre las propias, la más extendida actualmente es la de visitar los cementerios y engalanar las tumbas con flores la víspera del día de difuntos (en el calendario cristiano se celebra este día el 2 de noviembre)
Es díficil encontrar en los cementerios actuales, al menos en los que yo más conozco, Tolosa y Tafalla, difuntos anteriores a los años finales del siglo XIX, lo que prueba en cierto modo la inutilidad del sistema de enterramientos ante las incineraciones, que poco a poco van ganando adeptos entre los vivos. El recuerdo de quienes nos precedieron no pervive más allá de 2-3 generaciones en el mejor de los casos.
Los cementerios modernos, tal y como los conocemos, no adyacentes a las iglesias, datan del siglo XIX, cuando el crecimiento de las poblaciones y las epidemias, van obligando a sacarlos de los recintos de las ciudades, alejados de éstas.
Será el gobierno de José Bonaparte quien el 4 de marzo de 1809 promulgue un Decreto de salud pública prohibiendo los enterramientos en las iglesias y templos, lo que propició la construcción de los primeros camposantos fuera de las iglesias, en lugares apartados de las poblaciones.
El cambio de ideas que traerá la Ilustración, conllevará también el que la muerte comience a dejar de verse como algo deseable, aunque la iglesia católica no cejará en su empeño de seguir poniendo el énfasis en la promesa de una vida futura que premie a unos pocos y castigue a la mayoría. La foto es de una de las placas que en euskera y castellano, flanquean la entrada al cementerio de Tolosa.
En euskera todavía es más fuerte, en lugar de "justos e injustos", habla de "buenos y malos".
Sucesivas Reales Órdenes van consiguiendo que los municipios trasladen los camposantos extramuros, acabando con los enterramientos en los alrededores de las iglesias o dentro de ellas, a pesar de las resistencias de la población al cambio.
Ya tenemos los cementerios tal y como los conocemos hoy, pero un nuevo cambio se está produciendo en los últimos años, aunque lentamente. Los columbarios para depositar las cenizas de los difuntos van quitando espacio en los modernos camposantos a los viejos panteones de piedra y mármol.
Y no sólo en los cementerios, en los últimos tiempos han proliferado servicios de este tipo en lugares como los campos de fútbol; el Atlético de Madrid, el Betis o el Español ya tienen su espacio para que su aficionados descansen o sufran eternamente junto al equipo de fútbol de sus amores, lo que les reporta pingües beneficios (venden la plaza por unos 3.000 euros y en la del Atlético hay cerca de 5.000. Cada cuadrado que se ve en la foto). Hay aficiones que trascienden la propia vida.
Como sentenció el torero Rafael "el Gallo" cuando le presentaron al filósofo Ortega y Gasset y le explicaron que su profesión consistía en pensar, "hay gente pa tó".
Volviendo a Halloween, es otra muestra real del sentido que se le da a la muerte en nuestro mundo contemporáneo, al menos el que llamamos civilizado. Le damos la espalda, miramos a otro lado, y tradiciones que en su origen tenían un sentido místico y trascendente, las convertimos en una fiesta divertida y consumista.
Nuestro entorno no se escapa de las nuevas formas de entender el recuerdo a los seres que nos dejaron.
El culto a los muertos, a los ancestros, en la sociedad vasca tradicional, como en otros pueblos, ha estado ligado al concepto de hogar, "Etxea", entendido no sólo como casa, sino como la institución familiar heredada e indivisible, a través de la cual las distintas generaciones van perpetuándose, conscientes del vínculo que les une a sus antepasados. Una imagen de las sepulturas del atrio de la iglesia de Bastida en Benafarroa.
Hasta la llegada del cristianismo, los muertos se entierran alrededor de la casa familiar, pero el traslado a los cementerios comunales, entonces en las iglesias, no hace que se pierda ese sentido de hogar.
De ahí, las argizaiolak, que cada familia enciende sobre el lugar de enterramiento y culto que se les asigna en los templos, con el fin de trasladarles el fuego del hogar.
Argizaiola (de argizai, cera y ola, tabla) es una tabla de madera labrada alrededor de la que se enrolla una soga de cera que permanece encendida durante horas.
Esta costumbre todavía se conserva en la bella iglesia del siglo XVI de San Bartolomé de Amezketa, donde las tumbas se alinean en dos filas a ambos lados del pasillo central de la nave del templo, cubiertas con largas tapas de madera de roble o castaño con una argolla de hierro en una de sus extremidades.
Cada una de ellas, más de 150, corresponde a una de las casas antiguas de la villa y en una tradición que ha perdurado a través de generaciones, normalmente una mujer de la familia es la encargada de cuidar y encender la argizaiola sobre el espacio que ocupan los restos de sus antepasados.
Esto podemos verlo fundamentalmente los días 1 y 2 de noviembre, cuando se generaliza, aunque todos los domingos se encienden algunas de ellas.
Otra de las funciones que se le atribuyen a la argizaiola, es la de iluminar a los muertos en la oscuridad. La adaptación cristiana del rito dirá que "en su camino hacia el cielo".
Como vemos, los distintos ritos y tradiciones se mezclan y se van adaptando a las nuevas creencias, como ocurre con otras costumbres precristianas como pueden ser las fiestas de los solsticios (San Juan y Navidad).
En la tradición vasca, el iluminar a los muertos en su oscuridad está presente en el imaginario colectivo. La luna, ilargia, es literalmente, la luz de los muertos. La luna llena ayudaba a guiarlos, pero durante la luna nueva, la argizaiola le suplía en su cometido.
Hasta bien entrado el siglo XX, también era muy común en muchas localidades de Navarra y Gipuzkoa las ofrendas cuando las familias sufrían una pérdida. En su mayoría consistían en pan y cera, pero en algunos pueblos también incluían algún cordero o vino para el cura.
En Tolosa, era habitual que las familias que sufrían una pérdida enviasen a sus conocidos una rosca de pan, que luego llevaban a la iglesia para repartir entre los pobres. Todas las familias tenían unos manteles (zamauak) específicos para tapar las ofrendas y que en algunos pueblos también se depositaban sobre las sepulturas junto a las argizaiolak. En esta imagen podemos ver diferentes objetos funerarios tal y como se exponían en el hoy remodelado Museo de San Telmo en sus primeros años de vida.
No pretendo con estas líneas luchar contra la globalización "hallowaiana" del día de los difuntos, pero sí al menos recordar alguna de nuestras tradiciones más cercanas y hablar con normalidad sobre algo tan cotidiano e intrínseco a nuestro fluir por este mundo como es la muerte.
Regresando al principio, recordaré una de las múltiples referencias de la literatura romántica a la noche de difuntos, como la "Leyenda del Monte de las Ánimas" de Gustavo Adolfo Bécquer, que el autor dice haber oído relatar de primera mano en Soria, y en la que nos cuenta la historia de los jóvenes primos Alonso y Beatriz y su trágico final en el monte llamado de las ánimas de la ciudad del Duero.
Y hablando de jóvenes y romanticismo, otra tradición de la que invito a disfrutar a los que estén en Madrid, es acudir a alguna de las representaciones del "Don Juan Tenorio" de José Zorilla.
En el fondo, a todos nos agrada ver cómo los pecadores acaban en el cielo a pesar de sus faltas.
Esta tradición de programar uno de los hitos de la literatura romántica en castellano durante la festividad de Todos los Santos, extendida a todo el mes de noviembre, también se está perdiendo irremediablemente y no estaría de más que nuestras instituciones promocionasen estos eventos en lugar de apoyar macrofiestas para celebrar Halloween como la que acabó tristemente con la vida de cuatro jóvenes en el Madrid Arena este fin de semana.
Aunque si preguntásemos hoy a muchos de nuestros niños qué les evoca la primera noche del mes de noviembre, una gran mayoría nos respondería "Halloween", disfraces, calabazas, negro y naranja, ...
La fiesta anglosajona de origen celta exportada a los EEUU por los inmigrantes irlandeses, por mor de la manida globalización y magnificada por el cine y la televisión, se ha expandido por el mundo occidental, perdiendo su carácter y sentido original.
Cuando veo niños disfrazados yendo a sus colegios los días previos a la festividad, me pregunto qué nos lleva a descontextualizar tradiciones ajenas y qué ganamos con incorporarlas a nuestro acerbo cultural, abandonando otras costumbres que sí que forman parte de nuestro inventario folclórico.
Entre las propias, la más extendida actualmente es la de visitar los cementerios y engalanar las tumbas con flores la víspera del día de difuntos (en el calendario cristiano se celebra este día el 2 de noviembre)
Es díficil encontrar en los cementerios actuales, al menos en los que yo más conozco, Tolosa y Tafalla, difuntos anteriores a los años finales del siglo XIX, lo que prueba en cierto modo la inutilidad del sistema de enterramientos ante las incineraciones, que poco a poco van ganando adeptos entre los vivos. El recuerdo de quienes nos precedieron no pervive más allá de 2-3 generaciones en el mejor de los casos.
Los cementerios modernos, tal y como los conocemos, no adyacentes a las iglesias, datan del siglo XIX, cuando el crecimiento de las poblaciones y las epidemias, van obligando a sacarlos de los recintos de las ciudades, alejados de éstas.
Será el gobierno de José Bonaparte quien el 4 de marzo de 1809 promulgue un Decreto de salud pública prohibiendo los enterramientos en las iglesias y templos, lo que propició la construcción de los primeros camposantos fuera de las iglesias, en lugares apartados de las poblaciones.
En euskera todavía es más fuerte, en lugar de "justos e injustos", habla de "buenos y malos".
Ya tenemos los cementerios tal y como los conocemos hoy, pero un nuevo cambio se está produciendo en los últimos años, aunque lentamente. Los columbarios para depositar las cenizas de los difuntos van quitando espacio en los modernos camposantos a los viejos panteones de piedra y mármol.
Y no sólo en los cementerios, en los últimos tiempos han proliferado servicios de este tipo en lugares como los campos de fútbol; el Atlético de Madrid, el Betis o el Español ya tienen su espacio para que su aficionados descansen o sufran eternamente junto al equipo de fútbol de sus amores, lo que les reporta pingües beneficios (venden la plaza por unos 3.000 euros y en la del Atlético hay cerca de 5.000. Cada cuadrado que se ve en la foto). Hay aficiones que trascienden la propia vida.
Como sentenció el torero Rafael "el Gallo" cuando le presentaron al filósofo Ortega y Gasset y le explicaron que su profesión consistía en pensar, "hay gente pa tó".
Volviendo a Halloween, es otra muestra real del sentido que se le da a la muerte en nuestro mundo contemporáneo, al menos el que llamamos civilizado. Le damos la espalda, miramos a otro lado, y tradiciones que en su origen tenían un sentido místico y trascendente, las convertimos en una fiesta divertida y consumista.
Nuestro entorno no se escapa de las nuevas formas de entender el recuerdo a los seres que nos dejaron.
El culto a los muertos, a los ancestros, en la sociedad vasca tradicional, como en otros pueblos, ha estado ligado al concepto de hogar, "Etxea", entendido no sólo como casa, sino como la institución familiar heredada e indivisible, a través de la cual las distintas generaciones van perpetuándose, conscientes del vínculo que les une a sus antepasados. Una imagen de las sepulturas del atrio de la iglesia de Bastida en Benafarroa.
De ahí, las argizaiolak, que cada familia enciende sobre el lugar de enterramiento y culto que se les asigna en los templos, con el fin de trasladarles el fuego del hogar.
Argizaiola (de argizai, cera y ola, tabla) es una tabla de madera labrada alrededor de la que se enrolla una soga de cera que permanece encendida durante horas.
Esta costumbre todavía se conserva en la bella iglesia del siglo XVI de San Bartolomé de Amezketa, donde las tumbas se alinean en dos filas a ambos lados del pasillo central de la nave del templo, cubiertas con largas tapas de madera de roble o castaño con una argolla de hierro en una de sus extremidades.
Cada una de ellas, más de 150, corresponde a una de las casas antiguas de la villa y en una tradición que ha perdurado a través de generaciones, normalmente una mujer de la familia es la encargada de cuidar y encender la argizaiola sobre el espacio que ocupan los restos de sus antepasados.
Esto podemos verlo fundamentalmente los días 1 y 2 de noviembre, cuando se generaliza, aunque todos los domingos se encienden algunas de ellas.
Otra de las funciones que se le atribuyen a la argizaiola, es la de iluminar a los muertos en la oscuridad. La adaptación cristiana del rito dirá que "en su camino hacia el cielo".
Como vemos, los distintos ritos y tradiciones se mezclan y se van adaptando a las nuevas creencias, como ocurre con otras costumbres precristianas como pueden ser las fiestas de los solsticios (San Juan y Navidad).
En la tradición vasca, el iluminar a los muertos en su oscuridad está presente en el imaginario colectivo. La luna, ilargia, es literalmente, la luz de los muertos. La luna llena ayudaba a guiarlos, pero durante la luna nueva, la argizaiola le suplía en su cometido.
Hasta bien entrado el siglo XX, también era muy común en muchas localidades de Navarra y Gipuzkoa las ofrendas cuando las familias sufrían una pérdida. En su mayoría consistían en pan y cera, pero en algunos pueblos también incluían algún cordero o vino para el cura.
En Tolosa, era habitual que las familias que sufrían una pérdida enviasen a sus conocidos una rosca de pan, que luego llevaban a la iglesia para repartir entre los pobres. Todas las familias tenían unos manteles (zamauak) específicos para tapar las ofrendas y que en algunos pueblos también se depositaban sobre las sepulturas junto a las argizaiolak. En esta imagen podemos ver diferentes objetos funerarios tal y como se exponían en el hoy remodelado Museo de San Telmo en sus primeros años de vida.
No pretendo con estas líneas luchar contra la globalización "hallowaiana" del día de los difuntos, pero sí al menos recordar alguna de nuestras tradiciones más cercanas y hablar con normalidad sobre algo tan cotidiano e intrínseco a nuestro fluir por este mundo como es la muerte.
Regresando al principio, recordaré una de las múltiples referencias de la literatura romántica a la noche de difuntos, como la "Leyenda del Monte de las Ánimas" de Gustavo Adolfo Bécquer, que el autor dice haber oído relatar de primera mano en Soria, y en la que nos cuenta la historia de los jóvenes primos Alonso y Beatriz y su trágico final en el monte llamado de las ánimas de la ciudad del Duero.
Y hablando de jóvenes y romanticismo, otra tradición de la que invito a disfrutar a los que estén en Madrid, es acudir a alguna de las representaciones del "Don Juan Tenorio" de José Zorilla.
En el fondo, a todos nos agrada ver cómo los pecadores acaban en el cielo a pesar de sus faltas.
Esta tradición de programar uno de los hitos de la literatura romántica en castellano durante la festividad de Todos los Santos, extendida a todo el mes de noviembre, también se está perdiendo irremediablemente y no estaría de más que nuestras instituciones promocionasen estos eventos en lugar de apoyar macrofiestas para celebrar Halloween como la que acabó tristemente con la vida de cuatro jóvenes en el Madrid Arena este fin de semana.
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