Como todos los fines de semana que me acerco a Tafalla, mi buen amigo Patxi Olite se encarga de prepararme excursiones por la zona. En esta ocasión y como buen conocedor de mis gustos y aficiones, preparó una visita al despoblado de Baigorri, partiendo desde Larraga, a donde nos acercamos en coche desde Tafalla.
Un aspecto a destacar es la presencia del euskera en la toponimia de muchos lugares de esta zona de la Navarra Media, a pesar de que queda fuera de la franja en la que el euskera perduró hasta bien entrado el siglo XIX. Es el caso de Larraga, Baigorri, o la tafallesa Torre Beratxa, construida para una línea de telégrafo óptico en 1846, que toma su nombre del lugar en que fue edificada y que dejamos a nuestra izquierda en nuestro camino a la villa del Arga, o las también cercanas Mendigorria y Oteiza.
Toda esta franja fue lingüísticamente frontera entre la nueva lengua romance latina y el euskera, y aunque aquélla fue imponiéndose sobre ésta, el bilingüismo de muchos de sus habitantes se deja notar en su toponimia. En las últimas décadas muchos de sus descendientes han hecho el esfuerzo por recuperar su identidad a través de la lengua y a pesar de las dificultades y múltiples trabas el número de vascoparlantes va creciendo en la zona.
Para ampliar información sobre la toponimia de Tafalla y alrededores, dejo el enlace al trabajo que presentó el recordado José María Jimeno Jurío para conmemorar los 350 años de la concesión del título de Ciudad a Tafalla.
Una imagen del conocido mapa de los dialectos del euskera, publicado en 1869 por Louis-Lucien Bonaparte, lingüista y sobrino de Napoleón.
Para seguir el recorrido paso a paso, os dejo el enlace a la entrada que dedica a esta ruta en su blog Patxi Olite Aznar, en el que podéis además aprovechar para conocer otros recorridos por Nafarroa, que también son publicados en el apartado de blogs del Diario de Noticias de Navarra.
Yo intentaré ocuparme por mi parte de otros aspectos que me interesaron especialmente del camino escogido, como puede ser las diferencias demográficas de Navarra respecto a las de Gipuzkoa, y la existencia de abundantes despoblados como el que hoy constituía el destino de nuestra ruta, a lo largo de toda la geografía navarra.
Mientras en la geografía guipuzcoana no encontramos ningún núcleo deshabitado, más allá de algún caserío aislado, en Nafarroa abundan estas poblaciones que en la mayoría de los casos permanecieron habitadas hasta la segunda mitad del siglo XX.
Y no sólo es un fenómeno que se dé en la Navarra meridional, sino que también en la zona pirenaica se da esta situación. En este enlace podemos ver muchos de los núcleos abandonados de Navarra.
Impone cuando se entra en uno de estos lugares pensar que por sus calles y casas transitaron vidas con sus ilusiones, sueños y miserias.
Es como cuando visitamos yacimientos arqueológicos, pero mucho más cercano y entrañable, al menos es la sensación que yo tengo.
Cuando llegamos a Baigorri, lo primero que divisamos desde la lontananza es su iglesia, a la entrada del pueblo sobre un pequeño promontorio, y su otrora boyante palacio al fondo del mismo, en la parte más alta del asentamiento.
Aunque hoy los bosques de encinas que lo rodeaban han desaparecido, sustituidos por campos de cereal, aún hemos atravesado algunos de ellos durante el camino desde Larraga.
En su día el lugar estuvo dominado por un castillo, que ocuparía el lugar en el que luego se erigió el palacio. Las primeras referencias datan del siglo XI y la villa formaba parte del patrimonio de la Corona navarra.
Una imagen vista desde una de las ventanas del palacio sobre la vega del Ega y muchas de las poblaciones de Tierra Estella, a los pies de Montejurra.
Otra curiosidad de este emplazamiento es que la segunda mitad del siglo XX no ha sido la primera vez en que ha quedado despoblado. Mientras que en 1330 se nos habla de que contaba con 53 fuegos, lo que equivaldría a unos 200-250 habitantes, un siglo después (1468) el lugar es calificado por la entonces princesa Leonor como desolado o deshabitado.
La historia de ésta, que sería efímera reina de Navarra, tal y como recogían los acuerdos de la concordia de Tafalla de 1455 (nacida en Olite en 1426, murió a los 15 días de ser proclamada reina en Tudela el 12 de febrero de 1479) es fiel reflejo de las pugnas y enfrentamientos entre padres, hermanos, tíos, primos y yernos de aquellos convulsos años que tan bien refleja la serie televisiva Isabel.
Hermana del desheredado Carlos, Príncipe de Viana, a quien apoyaron los beamonteses, frente a su padre Juan II de Aragón, apoyado por los agramonteses, y convertido por los catalanes en símbolo de su lucha contra el rey aragonés, fue apoyada sucesivamente por uno y otro bando.
Volviendo a Baigorri, se da la circunstancia de que la propiedad pasaría a manos de los Condes de Lerín, los Beaumont, fiel apoyo navarro de Fernando el Católico (hermanastro de Leonor y Carlos y primo y sobrino de los condes de Lerín) durante la Conquista de Navarra.
De los Condes de Lerín, pasará durante un tiempo a manos del Duque de Alba ( su aliado castellano en la conquista del viejo reino), volviendo a manos de los Condes de Lerín, que serán quienes figurarán como propietarios y habitarán el restaurado palacio durante los siglos XVII y XVIII.
Curiosamente, el Duque de Alba vuelve a aparecer como propietario en el siglo XIX siendo posteriormente incorporado a la jurisdicción de Oteiza.
También del siglo XIX data otro de los acontecimientos que marcarán el devenir de este poblado ribereño del río Ega. Si nos fijamos en su derruida iglesia, apreciaremos que mientras dos de sus paredes están totalmente derribadas, las otras dos se mantienen en pie y poco a poco van cediendo al paso del tiempo.
Ello es consecuencia de que las primeras fueron destruidas tras la toma del lugar por las tropas francesas de Napoléon a las huestes de Miguel Sábada, uno de los lugartenientes de Mina, tras una encarnecida batalla, el 2 de agosto de 1811 en la que perdieron la vida cerca de 600 hombres, incluidos los 200 prisioneros que fueron acuchillados como escarmiento por el general Reille, y que servirían de alimento a los buitres durante todo el verano.
Mina culpó en sus Memorias a Sádaba de la fatal derrota, exculpándose de su responsabilidad, como hace en muchos otros pasajes de las mismas.
No obstante, y hasta mediados del siglo XX el pueblo permanecería habitado. En 1960 ya no quedaba nadie en el lugar, aunque vestigio de sus últimos moradores todavía permanece en pie la pared del frontón en el que sus últimos jóvenes vecinos jugaban a pelota, al estilo de sus homónimos de Iparralde, sin paredes laterales.
A la derecha de la iglesia y durante los años 80 se efectuaron diversas excavaciones arqueológicas que dejaron a la vista la ciudad medieval y el antiguo cementerio y consolidaron algunos restos, incluida la iglesia.
Una vez acabados éstos, el expolio del lugar no frenó y en las paredes de la iglesia se aprecia cómo las columnas empotradas fueron arrancadas con cuidado para adornar algún jardín o casa cercano.
El fácil acceso al lugar propiciado por las cómodas pistas construidas para la concentración parcelaria facilitó la labor en los últimos años. Lo cierto es que urge alguna actuación que paralice el progresivo deterioro del lugar.
Toda esta franja fue lingüísticamente frontera entre la nueva lengua romance latina y el euskera, y aunque aquélla fue imponiéndose sobre ésta, el bilingüismo de muchos de sus habitantes se deja notar en su toponimia. En las últimas décadas muchos de sus descendientes han hecho el esfuerzo por recuperar su identidad a través de la lengua y a pesar de las dificultades y múltiples trabas el número de vascoparlantes va creciendo en la zona.
Para ampliar información sobre la toponimia de Tafalla y alrededores, dejo el enlace al trabajo que presentó el recordado José María Jimeno Jurío para conmemorar los 350 años de la concesión del título de Ciudad a Tafalla.
Una imagen del conocido mapa de los dialectos del euskera, publicado en 1869 por Louis-Lucien Bonaparte, lingüista y sobrino de Napoleón.
Para seguir el recorrido paso a paso, os dejo el enlace a la entrada que dedica a esta ruta en su blog Patxi Olite Aznar, en el que podéis además aprovechar para conocer otros recorridos por Nafarroa, que también son publicados en el apartado de blogs del Diario de Noticias de Navarra.
Yo intentaré ocuparme por mi parte de otros aspectos que me interesaron especialmente del camino escogido, como puede ser las diferencias demográficas de Navarra respecto a las de Gipuzkoa, y la existencia de abundantes despoblados como el que hoy constituía el destino de nuestra ruta, a lo largo de toda la geografía navarra.
Mientras en la geografía guipuzcoana no encontramos ningún núcleo deshabitado, más allá de algún caserío aislado, en Nafarroa abundan estas poblaciones que en la mayoría de los casos permanecieron habitadas hasta la segunda mitad del siglo XX.
Y no sólo es un fenómeno que se dé en la Navarra meridional, sino que también en la zona pirenaica se da esta situación. En este enlace podemos ver muchos de los núcleos abandonados de Navarra.
Impone cuando se entra en uno de estos lugares pensar que por sus calles y casas transitaron vidas con sus ilusiones, sueños y miserias.
Es como cuando visitamos yacimientos arqueológicos, pero mucho más cercano y entrañable, al menos es la sensación que yo tengo.
Cuando llegamos a Baigorri, lo primero que divisamos desde la lontananza es su iglesia, a la entrada del pueblo sobre un pequeño promontorio, y su otrora boyante palacio al fondo del mismo, en la parte más alta del asentamiento.
Aunque hoy los bosques de encinas que lo rodeaban han desaparecido, sustituidos por campos de cereal, aún hemos atravesado algunos de ellos durante el camino desde Larraga.
En su día el lugar estuvo dominado por un castillo, que ocuparía el lugar en el que luego se erigió el palacio. Las primeras referencias datan del siglo XI y la villa formaba parte del patrimonio de la Corona navarra.
Una imagen vista desde una de las ventanas del palacio sobre la vega del Ega y muchas de las poblaciones de Tierra Estella, a los pies de Montejurra.
La historia de ésta, que sería efímera reina de Navarra, tal y como recogían los acuerdos de la concordia de Tafalla de 1455 (nacida en Olite en 1426, murió a los 15 días de ser proclamada reina en Tudela el 12 de febrero de 1479) es fiel reflejo de las pugnas y enfrentamientos entre padres, hermanos, tíos, primos y yernos de aquellos convulsos años que tan bien refleja la serie televisiva Isabel.
Hermana del desheredado Carlos, Príncipe de Viana, a quien apoyaron los beamonteses, frente a su padre Juan II de Aragón, apoyado por los agramonteses, y convertido por los catalanes en símbolo de su lucha contra el rey aragonés, fue apoyada sucesivamente por uno y otro bando.
Volviendo a Baigorri, se da la circunstancia de que la propiedad pasaría a manos de los Condes de Lerín, los Beaumont, fiel apoyo navarro de Fernando el Católico (hermanastro de Leonor y Carlos y primo y sobrino de los condes de Lerín) durante la Conquista de Navarra.
De los Condes de Lerín, pasará durante un tiempo a manos del Duque de Alba ( su aliado castellano en la conquista del viejo reino), volviendo a manos de los Condes de Lerín, que serán quienes figurarán como propietarios y habitarán el restaurado palacio durante los siglos XVII y XVIII.
Curiosamente, el Duque de Alba vuelve a aparecer como propietario en el siglo XIX siendo posteriormente incorporado a la jurisdicción de Oteiza.
También del siglo XIX data otro de los acontecimientos que marcarán el devenir de este poblado ribereño del río Ega. Si nos fijamos en su derruida iglesia, apreciaremos que mientras dos de sus paredes están totalmente derribadas, las otras dos se mantienen en pie y poco a poco van cediendo al paso del tiempo.
Ello es consecuencia de que las primeras fueron destruidas tras la toma del lugar por las tropas francesas de Napoléon a las huestes de Miguel Sábada, uno de los lugartenientes de Mina, tras una encarnecida batalla, el 2 de agosto de 1811 en la que perdieron la vida cerca de 600 hombres, incluidos los 200 prisioneros que fueron acuchillados como escarmiento por el general Reille, y que servirían de alimento a los buitres durante todo el verano.
Mina culpó en sus Memorias a Sádaba de la fatal derrota, exculpándose de su responsabilidad, como hace en muchos otros pasajes de las mismas.
"(... )y habiendo tomado lenguas sobre la dirección que llevaban los franceses, avisé a mi ayudante mayor Sádaba, que dirigía el grueso de los batallones, que desde Sesma se fuese a Montejurra; y en lugar de tomar esa dirección tuvo el antojo de irse a Lerín, donde alojó la tropa. Pero al poco rato se vio precisado a hacerla salir precipitadamente para el monte de Baigorri, a cuyo pie se detuvo sobrado tiempo, y esta mala medida dio lugar a que los enemigos de Los Arcos, que seguían sus huellas, le dieran alcance y acuchillaran a su placer a los batallones, que ni podían hacer frente por el mal estado de su armamento y municiones, ni adelantar en la fuga por el cansancio y mal estado de su calzado. Quinientos hombres desaparecieron de las filas, entre muertos, heridos y prisioneros, en esta catástrofe que Sádaba hubiera evitado cumpliendo las ordenes que le indiqué para dirigirse a Montejurra. Muchas lágrimas me hizo verter la relación de los padecimientos de la división; y si Sádaba no fue en el instante mismo de mi reunión al resto de ella puesto en consejo de guerra, y probablemente fusilado por las faltas cometidas, lo debió a no hallarse presente; pero me reservaba hacer que se le juzgase en ocasión oportuna."No le dio tiempo a Mina de cumplir sus deseos, ya que el infortunado Sádaba fue hecho prisionero por los franceses el 5 de agosto y ahorcado a los cuatro días en Andosilla.
No obstante, y hasta mediados del siglo XX el pueblo permanecería habitado. En 1960 ya no quedaba nadie en el lugar, aunque vestigio de sus últimos moradores todavía permanece en pie la pared del frontón en el que sus últimos jóvenes vecinos jugaban a pelota, al estilo de sus homónimos de Iparralde, sin paredes laterales.
A la derecha de la iglesia y durante los años 80 se efectuaron diversas excavaciones arqueológicas que dejaron a la vista la ciudad medieval y el antiguo cementerio y consolidaron algunos restos, incluida la iglesia.
Una vez acabados éstos, el expolio del lugar no frenó y en las paredes de la iglesia se aprecia cómo las columnas empotradas fueron arrancadas con cuidado para adornar algún jardín o casa cercano.
Gracias, pondré un enlace. Me parece una buena iniciativa.
ResponderEliminar