Estos días he acabado la lectura de "Los Buddenbrook", de Thomas Mann, una de las joyas de la literatura universal, que vio la luz por primera vez en 1901. Una imagen de la casa Buddenbrook en Lübeck. Me gusta leer y cuando leo novelas disfruto leyendo a los clásicos, que hacen evidente que su lugar en la cima del universo de la literatura no es fruto de la casualidad. En muchas discusiones he defendido, aun a riesgo de parecer pedante, la necesidad de seleccionar mis lecturas, ante la obvia falta de tiempo de quienes estamos en edad productiva.
La trama de la obra es la historia de la decadencia de una familia de comerciantes de Lübeck, ciudad del norte de Alemania y antigua capital de la Liga Hanseática, y transcurre durante los años centrales del siglo XIX. Su pequeño universo se desmorona paralelamente a toda una forma de ver el mundo, atónita y al mismo tiempo consciente de la nueva sociedad que se está gestando a su alrededor, del auge de la naciente burguesía y de las primeras libertades individuales. De la misma forma, supone la asunción por parte de los protagonistas de la fugacidad del momento de gloria que constituye el éxito individual o la fortuna, alcanzados por la familia y sus componentes, que no son sino fruto del azar dentro del devenir de la historia de la ciudad o de su mundo. Esto último bien podría servir de lección a muchos de los coetáneos que nos rodean.
En los últimos capítulos el protagonista encuentra en un ejemplar de "El mundo como voluntad y representación" de Schopenhauer la sintonía y el reflejo con los pensamientos que fluyen de su cerebro.
Arthur Schopenhauer es uno de esos pensadores que ha tenido más influencia, si no en otros filósofos, sí en creadores de otras disciplinas, menos escrupulosos y exigentes que la filosofía académica oficial. El llamado filósofo del pesimismo, subyugó a autores como Nietzsche, Freud, Tolstoi, Zola, Proust o Azorín y Baroja. Había nacido en la ciudad de Danzig, en la Prusia Oriental, hoy Gdansk en Polonia, viviendo posteriormente en Hamburgo, Frankfurt o Weimar, donde se relacionó con Goëthe, entre otras ciudades. Fue el primer pensador occidental que se acercó a la filosofía oriental , dándose cuenta de que por diferentes caminos tanto la filosofía occidental como la oriental habían llegado al mismo punto.
Volviendo a los Buddenbrook, Mann, en consonancia con la Estética de Schopenhauer, nos deja entrever con Hanno, el último representante de la saga, su idea de que el nuevo héroe de nuestro tiempo es el artista, frente al militar conquistador que había cautivado al siglo XIX. Para Schopenhauer, la contemplación desinteresada del arte, y especialmente la música, será junto a la práctica de la compasión y la autonegación del yo mediante la vida ascética, la única válvula de escape del tedio y dolor que suponen la existencia humana. "El arte nos muestra el juego de la naturaleza y de sus fuerzas, es decir la voluntad de vivir".
Otra frase redonda, esta vez de Thomas Mann, aparece al final de la novela, cuando la viuda del senador se pregunta tras la ruina familiar "¿Con qué vamos a vivir?" y uno de los personajes secundarios le contesta: "Con la moral".
En definitiva, un libro sobre el devenir de la existencia, sobre la vida y la muerte, que nos ayuda a reflexionar sobre las eternas cuestiones que nos acompañan a lo largo de nuestro paso por el mundo.
Muy interesante,y nos acercaríamos al nirvana con la lectura de "La Montaña Mágica", en un buen balneario para sentirnos inmersos en el ambiente de la novela. Saludos tolosarra.
ResponderEliminarSiempre te sigo leyendo con interés.
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