Este sábado hemos padecido un episodio más de alerta meteorológica. Poco a poco nos vamos familiarizando con los nuevos términos meteorológicos. Esta vez ha sido una ciclogénesis explosiva, o borrasca extratropical, o tormenta perfecta, o bomba meteorológica, que de todas esas maneras se denomina a lo que antes llamábamos viento fuerte, o huracanado si exagerábamos un poco.De tanto prevenir, entre nevadas, ciclogénesis explosivas, olas de fríos polares, ..., los pobres ciudadanos no dormimos (estamos todo el día acongojados o la palabra que se le parece). En cualquier caso, esta vez Papá Estado, o sus acólitos, léase Diputaciones, Ayuntamientos o Comunidades Autónomas se han excedido en sus intervenciones. Quienes me conocen saben de mi espíritu un poco ácrata, y de lo que me molestan las imposiciones. Nos podrán pedir que tengamos precaución, que evitemos ciertos aparentes peligros, pero de ahí a mandarnos a casa un sábado por la noche (sin transporte público, p.ej.) o en el caso de Tolosa no dejarnos comprar en el Mercado semanal a partir de las 12,00 h., con la Udaltzaingoa en los accesos a la Plaza Justicia para evitar que entrásemos, me parece excesiva tutela por parte de Papá Estado. En nuestras sociedades cada vez se va haciendo más asfixiante la intervención del Estado en nuestra vida diaria.
A lo largo de la Historia, en el desarrollo de las relaciones sociales podemos distinguir dos tipos de principios: el de dominación y el de comunidad. El primero supone el empleo de los individuos como medios para fines que no se corresponden con su determinacion. El segundo incluye todas las formas de cooperación en las que los individuos se implican recíprocamente. El desarrollo de la Historia de la Humanidad es una lucha continua entre estos dos principios, complicada por la cada vez mayor amplitud e intensidad de las organizaciones sociales. Entre los primeros pueblos más sencillos que se conocen, los cazadores y recolectores (que recordemos que ocupan el 90% del tiempo de la existencia humana) encontramos el principio de comunidad en su forma más simple y a reducida escala: no hay diferencias de rango y existe poca desigualdad entre sexos. Sólamente los varones más viejos tienen alguna autoridad, aunque su poder es definido. En los pueblos pastoriles y agrícolas encontramos organizaciones más extensas, asociadas al desarrollo de las guerras y cada vez más basadas en el pricipio de subordinación y dominación. La organización militar origina graduaciones de rango y autoridad entre vencedores y vencidos. En el mundo oriental surgirán los Estado-ciudad con una base teocrática: la ciudad de Dios es la suprema regla teórica y el rey su representante. Las Monarquías irán extendiéndose y con ellas el principio de dominación. Las antiguas Estado-ciudad darán lugar a las modernos Estado-nación. En nuestras sociedades democráticas, todos los miembros de la comunidad son teóricamente miembros del Estado, pero fácilmente puede convertirse en una oligarquía cerrada que exija de alguna manera la obediencia del resto del pueblo. En esto se han convertido nuestros Estados (el poder económico y político aparentemente reside en el pueblo, pero en realidad está en manos de una oligarquía de banqueros y políticos que manejan a su antojo al resto de los ciudadanos)Es por ello, que me rebelo y me resisto a aceptar que me encierren en casa un sábado por la noche, y propongo en cambio, que pequeñas transgresiones como salir ese día o fumar en un local público (por cierto, hace años que deje de fumar) se conviertan en pequeñas satisfacciones como las de un adolescente que se rebela ante la autoridad paterna. No concibo que un Ayuntamiento, como ocurrió en el mío hace 3 ó 4 años, edite con fondos públicos un folleto dirigido en este caso al público juvenil, en el que pretendía instruir sobre cómo disfrutar de nuestra sexualidad. Más allá de mojigaterías de tipo moral , sólo faltaba que el Ayuntamiento se metiera en nuestras camas o en nuestros pantalones.
La próxima ciclogénesis me planto con un Gin-Tonic delante de la delegación del gobierno.
A lo largo de la Historia, en el desarrollo de las relaciones sociales podemos distinguir dos tipos de principios: el de dominación y el de comunidad. El primero supone el empleo de los individuos como medios para fines que no se corresponden con su determinacion. El segundo incluye todas las formas de cooperación en las que los individuos se implican recíprocamente. El desarrollo de la Historia de la Humanidad es una lucha continua entre estos dos principios, complicada por la cada vez mayor amplitud e intensidad de las organizaciones sociales. Entre los primeros pueblos más sencillos que se conocen, los cazadores y recolectores (que recordemos que ocupan el 90% del tiempo de la existencia humana) encontramos el principio de comunidad en su forma más simple y a reducida escala: no hay diferencias de rango y existe poca desigualdad entre sexos. Sólamente los varones más viejos tienen alguna autoridad, aunque su poder es definido. En los pueblos pastoriles y agrícolas encontramos organizaciones más extensas, asociadas al desarrollo de las guerras y cada vez más basadas en el pricipio de subordinación y dominación. La organización militar origina graduaciones de rango y autoridad entre vencedores y vencidos. En el mundo oriental surgirán los Estado-ciudad con una base teocrática: la ciudad de Dios es la suprema regla teórica y el rey su representante. Las Monarquías irán extendiéndose y con ellas el principio de dominación. Las antiguas Estado-ciudad darán lugar a las modernos Estado-nación. En nuestras sociedades democráticas, todos los miembros de la comunidad son teóricamente miembros del Estado, pero fácilmente puede convertirse en una oligarquía cerrada que exija de alguna manera la obediencia del resto del pueblo. En esto se han convertido nuestros Estados (el poder económico y político aparentemente reside en el pueblo, pero en realidad está en manos de una oligarquía de banqueros y políticos que manejan a su antojo al resto de los ciudadanos)Es por ello, que me rebelo y me resisto a aceptar que me encierren en casa un sábado por la noche, y propongo en cambio, que pequeñas transgresiones como salir ese día o fumar en un local público (por cierto, hace años que deje de fumar) se conviertan en pequeñas satisfacciones como las de un adolescente que se rebela ante la autoridad paterna. No concibo que un Ayuntamiento, como ocurrió en el mío hace 3 ó 4 años, edite con fondos públicos un folleto dirigido en este caso al público juvenil, en el que pretendía instruir sobre cómo disfrutar de nuestra sexualidad. Más allá de mojigaterías de tipo moral , sólo faltaba que el Ayuntamiento se metiera en nuestras camas o en nuestros pantalones.
La próxima ciclogénesis me planto con un Gin-Tonic delante de la delegación del gobierno.
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