El sábado al amanecer nos encontramos en el lugar donde estaba Guardetxe, de momento un solar vacío, con mi hermano Miguel y varios amigos suyos de Madrid, y nuestro tío José Mari Tuduri, para subir a Txindoki, pasando por Igaratza, donde nos diponíamos a pasar el fin de semana en el refugio de los Amigos de Aralar-Aralarko Adiskideak.
Una vista de Txindoki desde la otra vertiente de la sierra, en concreto sacada de Lazkaomendi.Después de repartirnos las botellas de sidra y vino, comida y demás enseres necesarios para pasar sin sed ni hambre unas horas (si alguien nos vio, pensará que semanas) en el corazón de la Sierra de Aralar, alejados de la "civilización", como reza el tópico, y con las mochilas repletas, iniciamos la ruta por la pista camino de Pago Mari.
A unos veinte minutos de la salida, nos encontramos con la "Sima del Francés" (Beingo Leizea), de 100 m. de profundidad y que debe su nombre popular a la leyenda que cuenta que un soldado francés con su caballo incluido, que posiblemente formase parte de los Cien Mil Hijos de San Luis, fue arrojado a la misma por algún grupo de partidarios liberales que lo encontaron perdido por el camino, quizá buscando la ayuda de alguno de los muchos guerrilleros tradicionalistas que se movían por la zona, como nos recuerda Benito Pérez Galdós en "Los Cien Mil Hijos de San Luis", uno de sus justamente famosos Episodios Nacionales.
La ilustración pertenece a la edición de 1884 y en ella se ve a un soldado francés tapando la palabra "Libertad" y pisando el término "Constitución"Refiriéndose al general Eguía, que conspiraba en Bayona a favor de los planes absolutistas de Fernando VII, y en la voz narradora de Jenara, nos cuenta:
"Entretanto el gobierno francés concedió a Eguía algunos millones (...) pero casi podría jurar que de aquel dinero, sólo algunas sumas insignificantes pasaron a manos de los pobres guerrilleros tan bravos como desinteresados, que desnudos, descalzos y hambrientos, levantaban el glorioso estandarte de la fe y de la monarquía en las montañas de Navarra o de Cataluña."
Recordemos que los franceses del citado batallón al mando del Duque de Angulema, auspiciados por la Santa Alianza, entraron en la Península en 1823 para acabar con las reformas del Trienio Liberal y restablecer el absolutismo en la persona de Fernando VII, dando inicio al periodo denominado la Década Ominosa.
Tras el recuerdo histórico, continuamos por la pista hasta alcanzar el antiguo aparcamiento de Pago Mari (45'), siguiendo por el ya empedrado camino hasta una bifurcación donde escogemos la vía de la derecha hasta llegar a una nueva sima, Igaratza, también rodeada por un murete de piedra.Salimos de la zona de hayedos entre las rocas y unos metros más adelante a la izquierda, alcanzamos la cima de Errenaga (1.282 M.), debajo de la cual por la otra veriente se guarecen los refugios del mismo nombre, más conocidos con el nombre de Igaratza, a los que accedemos por la izquierda de la loma, tomando el camino que viene de Larraitz por Putxerri. (1h.15'). La vista desde este punto con Aitzgorri al fondo.El refugio de los Amigos de Aralar-Aralarko Adiskideak, data de 1928, y está construido sobre los cimientos de una antigua Casa de Miqueletes, que controlaba la muga entre Gipuzkoa y Navarra.
Fue edificado gracias al empeño que puso en ello Francisco ("Paco") Tuduri Sánchez (nuestro entrañable "tío Paco", a quien recordamos con admiración y cariño), quien convenció a un grupo de amigos tolosarras para que le apoyasen en el proyecto, para lo que fundaron la mencionada sociedad propietaria de los refugios, "Amigos de Aralar".
Dejo el enlace al escrito que Pedro Elósegui Irazusta escribió para el libro conmemorativo del 50 Aniversario de su fundación, titulado "Pequeña Historia de los Amigos de Aralar"
http://www.aralar-natura.org/publi/15/15046049.pdf
Soltamos lastre en el refugio, y con una pequeña mochila para llevar el agua, unas galletas, frutos secos y la imprescindible cámara de fotos, iniciamos la marcha a la derecha del refugio, hasta el poste indicador que señala de frente el camino hacia Arritzaga (lo que nosotros llamamos "Minas"), tomando el que sale a la izquierda por la herbosa ladera hacia las campas de Alotza, que vemos en la imagen.Siguiendo en todo momento el sendero marcado como PR (amarillo y blanco), y ayudados también por los hitos de piedras apiladas que nos ayudan a identificar el camino correcto en los puntos dudosos, atravesamos enseguida varias zonas kársticas características del paisaje de Aralar, hasta alcanzar el paso de Irazustako Lepoa (1 h.15' desde los refugios).
A nuestros pies, el valle de Alotza, con la fuente y el abrevadero para el ganado en primer plano y las cumbres de Ganbo y Ganbo-Txiki a nuestra derecha.
Desistimos de subir la primera de ellas, por la premura de tiempo (José Mari nos espera en el refugio con una suculenta paella y el arroz no puede pasarse) y nos dirigimos hacia Ganbo Txiki, cuya cumbre (1.385 m.) alcanzamos en poco más de 15 minutos.
Txindoki desde Ganbo Txiki.Desde allí y por el cordal, avanzamos hacia Txindoki, bajando lentamente hasta prácticamente la cota 1.000 m., desde donde, dejando a un lado las txabolas de Zirigarate Goikoa, comenzamos la parte más dura de la ascensión.Dos horas y media largas después de haber dejado Igaratza, alcanzamos la cumbre del Larrunarri o Txindoki (1.345 m.), que aun no siendo la más alta, sí es la más emblemática de Aralar, por su belleza plástica, sobre todo vista desde Ordizia, Beasain o Lazkao, desde donde el denominado "Cervino vasco", se alza majestuoso como punta de lanza de Aralar, tal y como apreciamos en la primera imagen de esta entrada.
Una foto del buzón de Txindoki.Tras el preceptivo descanso y reposición de fuerzas, para regresar iniciamos el descenso hasta las txabolas de la majada de Zirigarate Goikoa, donde abandonando el camino que desciende a Larraitz, ladeamos a nuestra izquierda hasta encontrar entre la espesa niebla el collado que nos permite adentrarnos de nuevo en Alotza.
Ayudados por el GPS, cada día más imprescindible, atravesamos de nuevo los pastos de Alotza esta vez por su lado derecho, hasta llegar de nuevo a la fuente y al collado de Irazustako Lepoa.
Para entonces, la niebla se ha hecho más espesa y vemos como nos alcanza a nuestras espaldas.
En fila de a uno, guiados por las marcas del camino, y sin perder de vista a quien llevamos adelante o detrás, regresamos hasta el refugio de Igaratza, donde llegaremos 5 horas y media después de haber iniciado la ruta hacia Txindoki.
Si sumamos la hora y cuarto que nos costó llegar al refugio, y la excelente paellla preparada por José Mari, podremos imaginar cómo devoramos la misma (a una media de 3-4 platos hondos por barba).
Una imagen del refugio entre la niebla.A partir de aquí, y sin ni siquiera echar la siesta, partidas de póker (el clásico, no el Texas de moda entre la chavalería) hasta la hora de cenar.
La noche, de luna nueva y nublada, cerrada como la tapa de un submarino, no permitía ver más allá de los árboles que circundan el refugio, dándole si cabe un carácter todavía mas especial a nuestra estancia.
Una foto del tío Paco Tuduri, con Pantxo Labayen y Txomin Mocoroa (secretario, presidente y tesorero, respectivamente, de la que sería primera Junta Directiva de la sociedad) y otra del padre Alberto Begiristain (benedictino del convento de Lazkao, quien durante años subiría desde Lizarrusti para dar misa en la ermita inaugurada junto al refugio en 1946), presiden la acogedora estancia, forrada de madera, que mantiene el calor generado con la económica, como en las cocinas de antaño.
GureGipuzkoa.net | Igaratza. Asamblea A.A. Directiva en la mesa bandera al fondo (vertical) © CC BY-SA: Elósegui Irazusta, Jesús
Para cenar, chuletas (o chuletones como les llaman en Navarra) de Goya, espectaculares, asadas en la parilla y regadas con el vino y la sidra acarreados en las mochilas por la mañana.
Entre ronquidos pasamos la noche en las literas de las habitaciones con que cuenta el refugio.
La mañana amanece fría, ventosa y lluviosa, lo que no es óbice para que demos un paseo por Aralar, aunque más corto del que teníamos previsto si el tiempo hubiese acompañado.
Desistimos de subir a Intzeko Torrea (Irumugarrieta), aunque en lugar de volver por el camino tradicional a Guardetxe, alcanzamos el lugar conocido como Peri Leku, por la feria anual de ganado que celebraban en sus campas los pastores de la zona, y giramos a la derecha para dirigir nuestros pasos hacia Unako Putzua, por los rasos pastizales que pueblan el valle que se extiende bajo las Malloak.Junto a la laguna, humedal ahora vallado para su conservación, un hermoso arroyo serpentea entre los pastos hasta perderse por el interior de las rocas.
Desde Unako Putzua y cambiamos de dirección 90º hacia la derecha en busca del collado de Urdangoena, entre la herbosa cumbre de Beloki y la de Txameni, por el único camino posible, junto al riachuelo que se abre paso entre las rocas hasta alcanzar el hermoso paraje de la borda de Bustintza.Una vez atravesado éste, descendemos por el camino que sale a la izquierda hasta Albi (1h.45' desde el refugio), donde finaliza nuestro periplo por la sierra de Aralar.
Como epílogo al fin de semana, comida en el bonito Ostatu de la cercana población de Aldatz, nombre que suena a hongos, aunque esta semana mis pasos han ido por otros derroteros.
Una vista de Txindoki desde la otra vertiente de la sierra, en concreto sacada de Lazkaomendi.Después de repartirnos las botellas de sidra y vino, comida y demás enseres necesarios para pasar sin sed ni hambre unas horas (si alguien nos vio, pensará que semanas) en el corazón de la Sierra de Aralar, alejados de la "civilización", como reza el tópico, y con las mochilas repletas, iniciamos la ruta por la pista camino de Pago Mari.
A unos veinte minutos de la salida, nos encontramos con la "Sima del Francés" (Beingo Leizea), de 100 m. de profundidad y que debe su nombre popular a la leyenda que cuenta que un soldado francés con su caballo incluido, que posiblemente formase parte de los Cien Mil Hijos de San Luis, fue arrojado a la misma por algún grupo de partidarios liberales que lo encontaron perdido por el camino, quizá buscando la ayuda de alguno de los muchos guerrilleros tradicionalistas que se movían por la zona, como nos recuerda Benito Pérez Galdós en "Los Cien Mil Hijos de San Luis", uno de sus justamente famosos Episodios Nacionales.
La ilustración pertenece a la edición de 1884 y en ella se ve a un soldado francés tapando la palabra "Libertad" y pisando el término "Constitución"Refiriéndose al general Eguía, que conspiraba en Bayona a favor de los planes absolutistas de Fernando VII, y en la voz narradora de Jenara, nos cuenta:
"Entretanto el gobierno francés concedió a Eguía algunos millones (...) pero casi podría jurar que de aquel dinero, sólo algunas sumas insignificantes pasaron a manos de los pobres guerrilleros tan bravos como desinteresados, que desnudos, descalzos y hambrientos, levantaban el glorioso estandarte de la fe y de la monarquía en las montañas de Navarra o de Cataluña."
Recordemos que los franceses del citado batallón al mando del Duque de Angulema, auspiciados por la Santa Alianza, entraron en la Península en 1823 para acabar con las reformas del Trienio Liberal y restablecer el absolutismo en la persona de Fernando VII, dando inicio al periodo denominado la Década Ominosa.
Tras el recuerdo histórico, continuamos por la pista hasta alcanzar el antiguo aparcamiento de Pago Mari (45'), siguiendo por el ya empedrado camino hasta una bifurcación donde escogemos la vía de la derecha hasta llegar a una nueva sima, Igaratza, también rodeada por un murete de piedra.Salimos de la zona de hayedos entre las rocas y unos metros más adelante a la izquierda, alcanzamos la cima de Errenaga (1.282 M.), debajo de la cual por la otra veriente se guarecen los refugios del mismo nombre, más conocidos con el nombre de Igaratza, a los que accedemos por la izquierda de la loma, tomando el camino que viene de Larraitz por Putxerri. (1h.15'). La vista desde este punto con Aitzgorri al fondo.El refugio de los Amigos de Aralar-Aralarko Adiskideak, data de 1928, y está construido sobre los cimientos de una antigua Casa de Miqueletes, que controlaba la muga entre Gipuzkoa y Navarra.
Fue edificado gracias al empeño que puso en ello Francisco ("Paco") Tuduri Sánchez (nuestro entrañable "tío Paco", a quien recordamos con admiración y cariño), quien convenció a un grupo de amigos tolosarras para que le apoyasen en el proyecto, para lo que fundaron la mencionada sociedad propietaria de los refugios, "Amigos de Aralar".
Dejo el enlace al escrito que Pedro Elósegui Irazusta escribió para el libro conmemorativo del 50 Aniversario de su fundación, titulado "Pequeña Historia de los Amigos de Aralar"
http://www.aralar-natura.org/publi/15/15046049.pdf
Soltamos lastre en el refugio, y con una pequeña mochila para llevar el agua, unas galletas, frutos secos y la imprescindible cámara de fotos, iniciamos la marcha a la derecha del refugio, hasta el poste indicador que señala de frente el camino hacia Arritzaga (lo que nosotros llamamos "Minas"), tomando el que sale a la izquierda por la herbosa ladera hacia las campas de Alotza, que vemos en la imagen.Siguiendo en todo momento el sendero marcado como PR (amarillo y blanco), y ayudados también por los hitos de piedras apiladas que nos ayudan a identificar el camino correcto en los puntos dudosos, atravesamos enseguida varias zonas kársticas características del paisaje de Aralar, hasta alcanzar el paso de Irazustako Lepoa (1 h.15' desde los refugios).
A nuestros pies, el valle de Alotza, con la fuente y el abrevadero para el ganado en primer plano y las cumbres de Ganbo y Ganbo-Txiki a nuestra derecha.
Desistimos de subir la primera de ellas, por la premura de tiempo (José Mari nos espera en el refugio con una suculenta paella y el arroz no puede pasarse) y nos dirigimos hacia Ganbo Txiki, cuya cumbre (1.385 m.) alcanzamos en poco más de 15 minutos.
Txindoki desde Ganbo Txiki.Desde allí y por el cordal, avanzamos hacia Txindoki, bajando lentamente hasta prácticamente la cota 1.000 m., desde donde, dejando a un lado las txabolas de Zirigarate Goikoa, comenzamos la parte más dura de la ascensión.Dos horas y media largas después de haber dejado Igaratza, alcanzamos la cumbre del Larrunarri o Txindoki (1.345 m.), que aun no siendo la más alta, sí es la más emblemática de Aralar, por su belleza plástica, sobre todo vista desde Ordizia, Beasain o Lazkao, desde donde el denominado "Cervino vasco", se alza majestuoso como punta de lanza de Aralar, tal y como apreciamos en la primera imagen de esta entrada.
Una foto del buzón de Txindoki.Tras el preceptivo descanso y reposición de fuerzas, para regresar iniciamos el descenso hasta las txabolas de la majada de Zirigarate Goikoa, donde abandonando el camino que desciende a Larraitz, ladeamos a nuestra izquierda hasta encontrar entre la espesa niebla el collado que nos permite adentrarnos de nuevo en Alotza.
Ayudados por el GPS, cada día más imprescindible, atravesamos de nuevo los pastos de Alotza esta vez por su lado derecho, hasta llegar de nuevo a la fuente y al collado de Irazustako Lepoa.
Para entonces, la niebla se ha hecho más espesa y vemos como nos alcanza a nuestras espaldas.
En fila de a uno, guiados por las marcas del camino, y sin perder de vista a quien llevamos adelante o detrás, regresamos hasta el refugio de Igaratza, donde llegaremos 5 horas y media después de haber iniciado la ruta hacia Txindoki.
Si sumamos la hora y cuarto que nos costó llegar al refugio, y la excelente paellla preparada por José Mari, podremos imaginar cómo devoramos la misma (a una media de 3-4 platos hondos por barba).
Una imagen del refugio entre la niebla.A partir de aquí, y sin ni siquiera echar la siesta, partidas de póker (el clásico, no el Texas de moda entre la chavalería) hasta la hora de cenar.
La noche, de luna nueva y nublada, cerrada como la tapa de un submarino, no permitía ver más allá de los árboles que circundan el refugio, dándole si cabe un carácter todavía mas especial a nuestra estancia.
Una foto del tío Paco Tuduri, con Pantxo Labayen y Txomin Mocoroa (secretario, presidente y tesorero, respectivamente, de la que sería primera Junta Directiva de la sociedad) y otra del padre Alberto Begiristain (benedictino del convento de Lazkao, quien durante años subiría desde Lizarrusti para dar misa en la ermita inaugurada junto al refugio en 1946), presiden la acogedora estancia, forrada de madera, que mantiene el calor generado con la económica, como en las cocinas de antaño.
GureGipuzkoa.net | Igaratza. Asamblea A.A. Directiva en la mesa bandera al fondo (vertical) © CC BY-SA: Elósegui Irazusta, Jesús
Para cenar, chuletas (o chuletones como les llaman en Navarra) de Goya, espectaculares, asadas en la parilla y regadas con el vino y la sidra acarreados en las mochilas por la mañana.
Entre ronquidos pasamos la noche en las literas de las habitaciones con que cuenta el refugio.
La mañana amanece fría, ventosa y lluviosa, lo que no es óbice para que demos un paseo por Aralar, aunque más corto del que teníamos previsto si el tiempo hubiese acompañado.
Desistimos de subir a Intzeko Torrea (Irumugarrieta), aunque en lugar de volver por el camino tradicional a Guardetxe, alcanzamos el lugar conocido como Peri Leku, por la feria anual de ganado que celebraban en sus campas los pastores de la zona, y giramos a la derecha para dirigir nuestros pasos hacia Unako Putzua, por los rasos pastizales que pueblan el valle que se extiende bajo las Malloak.Junto a la laguna, humedal ahora vallado para su conservación, un hermoso arroyo serpentea entre los pastos hasta perderse por el interior de las rocas.
Desde Unako Putzua y cambiamos de dirección 90º hacia la derecha en busca del collado de Urdangoena, entre la herbosa cumbre de Beloki y la de Txameni, por el único camino posible, junto al riachuelo que se abre paso entre las rocas hasta alcanzar el hermoso paraje de la borda de Bustintza.Una vez atravesado éste, descendemos por el camino que sale a la izquierda hasta Albi (1h.45' desde el refugio), donde finaliza nuestro periplo por la sierra de Aralar.
Como epílogo al fin de semana, comida en el bonito Ostatu de la cercana población de Aldatz, nombre que suena a hongos, aunque esta semana mis pasos han ido por otros derroteros.
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