En los últimos años y por diversos motivos, me está tocando viajar mucho más a Barcelona que a Madrid. Sin querer entrar en la discusión sobre las preferencias entre una y otra ciudad, son tan diferentes entre sí y mis motivaciones para preferir una u otra, que me reservo la opinión.
Lo primero que llama la atención cuando uno visita la capital catalana es la disposición urbanística de sus calles y lo fácil que es moverse por ella a los profanos.
Ello es fruto de la construcción de la ciudad según el plan ideado por Ildefonso Cerdá en 1859, cinco años después de derribarse las murallas que la constreñían hasta entonces evitando su crecimiento.
A quienes conocimos la urbe anterior a los Juegos Olímpicos de 1992, también nos llamaba la atención que una ciudad costera viviese tan de espaldas al mar a pesar de su importante puerto comercial.
Una vista del puerto de Barcelona a finales del siglo XIX.
Todo el desarrollo urbanístico que se planeó para el evento estaba enfocado a recuperar el mar para Barcelona, lo que creo que se consiguió, aunque esto no debe hacernos olvidar los desmanes, tejemanejes y la trama financiera descubierta detrás de todo el proceso inmobiliario que supuso la remodelación de todos aquellos espacios (Poble Nou, Villa Olímpica,...)
Son muchos los rincones especiales que atesora la ciudad y si empezamos por lo que hoy se considera el centro de la misma, la Plaza de Cataluña, descenderemos por la Rambla hasta la estatua de Colón, donde veremos el mar por primera vez.
Es archiconocido el crisol de gentes y pequeños espectáculos que pueblan las Ramblas a cualquier hora del día y de la noche. Sin más. Me quedo con una visita al Mercado de la Boquería y con admirar la bonita fachada de estilo ecléctico del Liceo, símbolo de la burguesía catalana de la primera mitad del siglo XIX, reconstruido en el año 2000 tras el incendio de 1994.
No es la primera vez que tuvo que ser rehecho. También sufrió otro incendio en 1861 y un atentado anarquista en 1893, que devastaron el edifico.
Una vez abajo y de espaldas al mar, a la izquierda de la rambla, el Raval, conocido durante años como el Barrio Chino de Barcelona.
A la derecha de la rambla, el barrio Gótico, con la Catedral, el Palau de la Generalitat, el Ayuntamiento y la plaza Real, con soportales y una fuente en el centro con dos farolas, considerada la primera obra de Gaudí.
En esta plaza, las terrazas de los bares y cafés invitan a sentarse y tomar algo. El restaurante Les Quince Nits es una buena opción por su relación calidad-precio, aunque hay que ir con tiempo. Las colas para coger sitio suelen ser bastante largas.
Al norte del Barrio Gótico, en el Born, la parte más antigua de la ciudad, destaca la iglesia gótica de Santa María del Mar, más famosa si cabe ahora por el best-seller de Ildefonso Falcones, que reconozco no haber leído.
También llama la atención el mercado del Born, que está siendo restaurado en los últimos años para albergar un centro cultural.
Por la noche, la zona de Sarriá-Sant Gervasi concentra bastantes pubs y discotecas, como Luz de Gas, local con música en directo, 3 barras y buen ambiente con gente de todas las edades. Primero hay que pasar el filtro de los gorilas de la entrada, aunque a nuestra edad ya no tenemos ese problema.
Siguiendo con la visita a los lugares imprescindibles de Barcelona, merecida visita tiene el Parc Güell, aunque no lo parezca fruto de un fracaso, que de no haber sido así seguramente no habría llegado completo a nuestros ojos tal y como podemos contemplarlo en la actualidad.
La verdad es que el arte de Gaudí entra por la vista por su belleza sin necesidad de destripar los conceptos que lo sustentan y eso lo hace todavía más grande. Su concepción de la belleza es universal y ampliamente aceptada, aunque en su tiempo las vanguardias no lo entendiesen así y su carácter ultrareligioso le alejase de los círculos artísticos de su época.
Su gran obra, la Sagrada Familia, nos da la opción de admirar en pleno siglo XXI la dificultad de construir una catedral en la Edad Media con los medios de la época. Si tenemos opción de subir por los andamios que rodean las torres en construcción, además de disfrutar de la espléndida vista de Barcelona, nos haremos una idea de lo extremadamente dificultoso de la obra. Eso sí, el paseo no es apto para quien sufra de vértigo.
El Parque de la Ciutadella es otro de los lugares agradables de la ciudad, urbanizado con motivo de uno de los hitos que ayudaron a la construcción de la Barcelona moderna, la Exposición Universal de 1888.
De la mano de la excelente novela de Eduardo Mendoza, "La ciudad de los Prodigios" (1986) podemos conocer la evolución de la ciudad entre las dos exposiciones, la citada de 1888 y la de 1929.
Fuera del recinto, la que fuese puerta de entrada a la exposición, el Arco del Triunfo, en una imagen de 1889.
Dentro del recinto de la Ciudadela, el antiguo Arsenal, hoy sede del Parlamento de Catalunya, y el Zoo de Barcelona. La fortaleza militar se había derruido como consecuencia de la revolución de 1868.
Y hablando de la revolución del 68, saltamos al barrio de Gràcia, villa hasta 1897, año en el que se agregó a Barcelona.
Una de sus típicas y concurridas plazas está dedicada a la revolució de setembre de 1868.
Es el barrio con ambiente más bohemio de Barcelona y sus plazas con sus terrazas siempre repletas invitan a charlar, escuchar alguno de los conciertos que se organizan en ellas, o sentarse tranquilamente a leer, como la que albergó su ayuntamiento, la Plaza de la Vila de Gràcia.
Otra de sus plazas da nombre a una de las novelas que narran Barcelona y en concreto este barrio de Gracia, "La plaça del Diamant", de Mercé Rododera, una de las obras que me más me impresionó cuando la leí por primera vez, crónica fiel de la Barcelona de la posguerra y de lo duro que ha sido ser mujer hasta nuestros días, sobre todo en épocas como la retratada en la novela, en las que la autoridad del género masculino no sólo no se discutía sino que tenía el apoyo institucional y de la dominante e influyente Iglesia de la época. En este enlace podemos ver un vídeo de TVE sobre la Barcelona de Mercé Rododera.
Volvemos andando hacia el Eixample, y en el 316 de la calle Còrsega, encontramos una de las tantas joyas arquitectónicas modernistas de Barcelona, no tan conocida como las de Gaudí, casa Batlló, Casa Calvet o La Pedrera, pero no por ello menos espectacular. Se trata de Casa Comalat, del arquitecto Salvador Valeri i Purpurull.
Pasear por las calles del Eixample es un festín para la vista y nos deja constancia de la merecida fama que atesora la ciudad por su belleza.
Una cena en alguna de las terrazas de la Rambla Catalunya o de los característicos chaflanes del ensanche es una buena opción tras la caminata.
Lo cierto es que conforme la vas conociendo, Barcelona te va gustando más.
Por supuesto que hay mucho más, que dejaremos para una próxima visita.
Foto: Arxiu fotogràfic |
Ello es fruto de la construcción de la ciudad según el plan ideado por Ildefonso Cerdá en 1859, cinco años después de derribarse las murallas que la constreñían hasta entonces evitando su crecimiento.
A quienes conocimos la urbe anterior a los Juegos Olímpicos de 1992, también nos llamaba la atención que una ciudad costera viviese tan de espaldas al mar a pesar de su importante puerto comercial.
Una vista del puerto de Barcelona a finales del siglo XIX.
Todo el desarrollo urbanístico que se planeó para el evento estaba enfocado a recuperar el mar para Barcelona, lo que creo que se consiguió, aunque esto no debe hacernos olvidar los desmanes, tejemanejes y la trama financiera descubierta detrás de todo el proceso inmobiliario que supuso la remodelación de todos aquellos espacios (Poble Nou, Villa Olímpica,...)
Son muchos los rincones especiales que atesora la ciudad y si empezamos por lo que hoy se considera el centro de la misma, la Plaza de Cataluña, descenderemos por la Rambla hasta la estatua de Colón, donde veremos el mar por primera vez.
No es la primera vez que tuvo que ser rehecho. También sufrió otro incendio en 1861 y un atentado anarquista en 1893, que devastaron el edifico.
Una vez abajo y de espaldas al mar, a la izquierda de la rambla, el Raval, conocido durante años como el Barrio Chino de Barcelona.
A la derecha de la rambla, el barrio Gótico, con la Catedral, el Palau de la Generalitat, el Ayuntamiento y la plaza Real, con soportales y una fuente en el centro con dos farolas, considerada la primera obra de Gaudí.
En esta plaza, las terrazas de los bares y cafés invitan a sentarse y tomar algo. El restaurante Les Quince Nits es una buena opción por su relación calidad-precio, aunque hay que ir con tiempo. Las colas para coger sitio suelen ser bastante largas.
Al norte del Barrio Gótico, en el Born, la parte más antigua de la ciudad, destaca la iglesia gótica de Santa María del Mar, más famosa si cabe ahora por el best-seller de Ildefonso Falcones, que reconozco no haber leído.
También llama la atención el mercado del Born, que está siendo restaurado en los últimos años para albergar un centro cultural.
Siguiendo con la visita a los lugares imprescindibles de Barcelona, merecida visita tiene el Parc Güell, aunque no lo parezca fruto de un fracaso, que de no haber sido así seguramente no habría llegado completo a nuestros ojos tal y como podemos contemplarlo en la actualidad.
La verdad es que el arte de Gaudí entra por la vista por su belleza sin necesidad de destripar los conceptos que lo sustentan y eso lo hace todavía más grande. Su concepción de la belleza es universal y ampliamente aceptada, aunque en su tiempo las vanguardias no lo entendiesen así y su carácter ultrareligioso le alejase de los círculos artísticos de su época.
Su gran obra, la Sagrada Familia, nos da la opción de admirar en pleno siglo XXI la dificultad de construir una catedral en la Edad Media con los medios de la época. Si tenemos opción de subir por los andamios que rodean las torres en construcción, además de disfrutar de la espléndida vista de Barcelona, nos haremos una idea de lo extremadamente dificultoso de la obra. Eso sí, el paseo no es apto para quien sufra de vértigo.
El Parque de la Ciutadella es otro de los lugares agradables de la ciudad, urbanizado con motivo de uno de los hitos que ayudaron a la construcción de la Barcelona moderna, la Exposición Universal de 1888.
De la mano de la excelente novela de Eduardo Mendoza, "La ciudad de los Prodigios" (1986) podemos conocer la evolución de la ciudad entre las dos exposiciones, la citada de 1888 y la de 1929.
Fuera del recinto, la que fuese puerta de entrada a la exposición, el Arco del Triunfo, en una imagen de 1889.
Dentro del recinto de la Ciudadela, el antiguo Arsenal, hoy sede del Parlamento de Catalunya, y el Zoo de Barcelona. La fortaleza militar se había derruido como consecuencia de la revolución de 1868.
Y hablando de la revolución del 68, saltamos al barrio de Gràcia, villa hasta 1897, año en el que se agregó a Barcelona.
Una de sus típicas y concurridas plazas está dedicada a la revolució de setembre de 1868.
Es el barrio con ambiente más bohemio de Barcelona y sus plazas con sus terrazas siempre repletas invitan a charlar, escuchar alguno de los conciertos que se organizan en ellas, o sentarse tranquilamente a leer, como la que albergó su ayuntamiento, la Plaza de la Vila de Gràcia.
Otra de sus plazas da nombre a una de las novelas que narran Barcelona y en concreto este barrio de Gracia, "La plaça del Diamant", de Mercé Rododera, una de las obras que me más me impresionó cuando la leí por primera vez, crónica fiel de la Barcelona de la posguerra y de lo duro que ha sido ser mujer hasta nuestros días, sobre todo en épocas como la retratada en la novela, en las que la autoridad del género masculino no sólo no se discutía sino que tenía el apoyo institucional y de la dominante e influyente Iglesia de la época. En este enlace podemos ver un vídeo de TVE sobre la Barcelona de Mercé Rododera.
Volvemos andando hacia el Eixample, y en el 316 de la calle Còrsega, encontramos una de las tantas joyas arquitectónicas modernistas de Barcelona, no tan conocida como las de Gaudí, casa Batlló, Casa Calvet o La Pedrera, pero no por ello menos espectacular. Se trata de Casa Comalat, del arquitecto Salvador Valeri i Purpurull.
Pasear por las calles del Eixample es un festín para la vista y nos deja constancia de la merecida fama que atesora la ciudad por su belleza.
Una cena en alguna de las terrazas de la Rambla Catalunya o de los característicos chaflanes del ensanche es una buena opción tras la caminata.
Lo cierto es que conforme la vas conociendo, Barcelona te va gustando más.
Por supuesto que hay mucho más, que dejaremos para una próxima visita.
Emilio una fantastica cronica de una ciudad preciosa como es Barcelona, a la que adoro y procuro ir cuantes veces puedo. Es lo que tiene a los que vivimos lejos del mar.
ResponderEliminarUn abrazo