Estos días he visitado dos espacios que me han retrotraído al movimiento cultural que impregnó todo el siglo XIX, aunque hundiese sus raíces en el XVIII y haya perdurado en muchos aspectos hasta nuestros días: el Romanticismo.
Uno de los teóricos del movimiento será el poeta alemán Novalis (1772-1801), quien nos dejará la siguiente explicación que nos ilustra acerca de su pensamiento al respecto:
En política, los románticos están ligados al liberalismo y opuestos a las monarquías absolutistas.
En cuanto a la filosofía, las ideas de Fichte encarnan el espíritu romántico: su teoría del Yo, como única realidad existente, posibilita que la poesía en tanto que representación y voz del alma interior del individuo, se convierta en expresión de ese Yo que es al mismo tiempo el único Universo posible.
La Filosofía de la Naturaleza de Schelling dará salida al círculo cerrado de Fichte, admitiendo la existencia de un mundo exterior (la Naturaleza) al que accedemos desde el Yo mediante la intuición, en un ámbito de libertad.
Ambas deben su desarrollo y continúan el idealismo trascendental de Kant, verdadera revolución en el pensamiento moderno (el famoso "giro copernicano"): el conocimiento humano sólo puede referirse a los fenómenos y no a las cosas en sí, lo que implica por una parte, su carácter limitado y la influencia de la conciencia individual sobre el objeto conocido.
El ansia de libertad será, por tanto, el motor del espíritu romántico: no se somete a normas, sean éstas artísticas o no, el ideal hacia el que enfocar su existencia, una utopía inalcanzable, pero que nos lleva a reconciliar nuestro Yo con la Naturaleza externa.
Otro filósofo coetáneo de los anteriores que podemos encajar en el ideal romántico es Schopenhauer, sobre todo en su concepción del arte como consuelo metafísico, que desde lo más profundo del individuo libera a éste de la esclavitud de la voluntad y lo conduce al conocimiento de lo intemporal.
La cultura occidental moderna, como vemos, no está tan lejos del Romanticismo: la búsqueda de la libertad del individuo continúa frenética en nuestro mundo, imbuida sin saberlo de ese mismo espíritu que estremecía a los románticos: libertad frente a los dogmas religiosos, libertad de la mujer frente al machismo imperante, libertad de las pequeñas naciones frente a las poderosas que las engullen, libertad en los comportamientos y en la educación, libertad de los débiles y oprimidos frente al opulento sistema capitalista, libertad de los ciudadanos de a pie frente al poder político, ...
Pero del mismo modo que en el Romanticismo, la ruptura con lo establecido supone desgarramiento e inseguridad, que conducen al pesimismo, a la angustia o la melancolía, como tan magistralmente supieron expresar los artistas románticos.
He acudido a ver la exposición dedicada al pintor francés Eugène Delacroix (1798-1863) en el CaixaForum de Madrid.
Aunque conocía y había podido admirar algunas de sus obras más famosas, como "La Libertad guiando al pueblo", expuesta en el Louvre y que no se encontraba entre las de esta muestra, me ha sorprendido gratamente la obra de este pintor en su conjunto.
Aunque conocía y había podido admirar algunas de sus obras más famosas, como "La Libertad guiando al pueblo", expuesta en el Louvre y que no se encontraba entre las de esta muestra, me ha sorprendido gratamente la obra de este pintor en su conjunto.
Formado en el neoclasicismo, muy temprano busca reflejar en su pintura aquello que subyace en cualquier escena aparentemente cotidiana y superficial.
La muestra del CaixaForum abarca todas las etapas de su creación pictórica concentrada en más de ciento treinta obras de su ingente producción de la más variada temática: sus primeras obras de aprendizaje, de trazos y temática clásica; las que le inspirase el poeta romántico por excelencia, Lord Byron, sobre la Revolución griega (1821-1832) contra el yugo del Imperio Otomano, en la que este último luchó y perdió la vida, como muchos otros europeos, empujados por la simpatía que les generaba el país que había albergado la cuna de la cultura clásica occidental; las litografías que ilustraron la versión francesa del Fausto de Goethe, de clara influencia goyesca; las historias basadas en novelas de éxito de la época, como las de Walter Scott, o en clásicos de Shakespeare, Cervantes, Dante o Virgilio; obras por encargo que representan acontecimientos históricos contemporáneos; las que le reportan sus apuntes al natural tomados durante un viaje por el sur de España, Marruecos y Argel, que dan fe del gusto del romanticismo por las exóticas culturas orientales; las que reflejan su amor por los clásicos españoles como Velázquez y Murillo, su admirado Rubens, presente en toda su obra, o aspectos que recuerdan a Rembradt o Tiziano; o las de carácter religioso, a pesar de su declarado ateísmo, en las que nos presenta a Cristo como un hombre enfrentado a su destino y muerte, resignado a su suerte desde la soledad; o los retratos, donde se plasman todas sus ideas sobre las nuevas técnicas pictóricas, como en el Retrato de Louis Auguste Schwiter, que en su día adquiriese Degas.
Delacroix está considerado como uno de los precursores del impresionismo, y efectivamente una mirada atenta a las obras presentadas nos da fe de ello.
En definitiva un completísimo repaso a toda su obra.
Aunque es crítico con algunas concepciones del romanticismo, al que tacha de excesivo, su obra encaja como anillo al dedo con todos los atributos de éste: subjetivismo, gusto por el exotismo y lo tétrico, apoyo a los nacionalismos nacientes de la época y una cierta melancolía que impregna toda su obra.
La segunda de las visitas a las que aludía al inicio, ha sido a uno de mis museos preferidos de Madrid, el Romántico, ahora rebautizado después de haber estado nueve años cerrado por obras, como Museo del Romanticismo. La recomiendo fervientemente como complemento de la muestra anterior o simplemente por su valor en sí misma.
La primera vez que lo visité era todavía un adolescente. Posteriormente fui en dos o tres ocasiones más, subyugado por la lectura de Larra y de los grandes escritores románticos franceses: Víctor Hugo, Stendhal, Balzac o Alejandro Dumas (padre).
Uno de los elementos-estrella de aquel viejo museo era la pistola con la que se suicidó el satírico autor de "El pobrecito hablador". En esta última visita, aunque en la sala dedicada al genial escritor había dos pequeñas pistolas en una vitrina, no había mención alguna a que tuviesen relación con el óbito, aun cuando intuyo que son las mismas.
También ocupa lugar preferente en la nueva reestructuración de sus fondos museísticos el sillón (aquí el eufemismo "trono" está más indicado que nunca) donde el justamente denostado monarca decimonónico Fernando VII reposaba sus posaderas, libres de calzones y demás parafernalia, para hacer sus necesidades. Ciertas cosas, como la misma muerte, igualan a todas las personas, aunque en este caso, algún criado se encargaría de recoger sus inmundicias.
Esta casa museo es de gran ayuda para conocer cómo era la vida de una familia burguesa o aristócrata en el siglo XIX. Al fin y al cabo, la cultura estaba en manos de las clases pudientes y para comprender aquélla hay que sumergirse en el modo de vida de éstas.
Lo que me atrajo del romanticismo en mis años adolescentes fue ese espíritu de rebeldía que supuso esta corriente en sus vertientes tanto artística como política.
Para Lord Byron (1788-1824) la misión del poeta romántico será ayudar al hombre a tener una vida más digna. El Romanticismo nace a finales del XVIII, fundamentalmente en Alemania e Inglaterra, extendiéndose a principios del XIX a Francia y posteriormente a España, Rusia e Italia, principalmente.
No es baladí que el Romanticismo surja en países protestantes, donde el cisma con el catolicismo supuso un cambio trascendental en la conciencia del Yo: los reformistas no aceptan intermediarios en su trato con Dios, por ejemplo, la confesión desaparece y la interpretación de las Sagradas Escrituras es individual y directa.
No es fácil definir el Romanticismo, aunque sí que podemos hablar de una actitud vital común a todos aquellos que lo practican en las diferentes artes y facetas de la vida.
Romanticismo está ligado a juventud y se manifiesta en la pintura, la literatura, la música, la política o la filosofía.
La muestra del CaixaForum abarca todas las etapas de su creación pictórica concentrada en más de ciento treinta obras de su ingente producción de la más variada temática: sus primeras obras de aprendizaje, de trazos y temática clásica; las que le inspirase el poeta romántico por excelencia, Lord Byron, sobre la Revolución griega (1821-1832) contra el yugo del Imperio Otomano, en la que este último luchó y perdió la vida, como muchos otros europeos, empujados por la simpatía que les generaba el país que había albergado la cuna de la cultura clásica occidental; las litografías que ilustraron la versión francesa del Fausto de Goethe, de clara influencia goyesca; las historias basadas en novelas de éxito de la época, como las de Walter Scott, o en clásicos de Shakespeare, Cervantes, Dante o Virgilio; obras por encargo que representan acontecimientos históricos contemporáneos; las que le reportan sus apuntes al natural tomados durante un viaje por el sur de España, Marruecos y Argel, que dan fe del gusto del romanticismo por las exóticas culturas orientales; las que reflejan su amor por los clásicos españoles como Velázquez y Murillo, su admirado Rubens, presente en toda su obra, o aspectos que recuerdan a Rembradt o Tiziano; o las de carácter religioso, a pesar de su declarado ateísmo, en las que nos presenta a Cristo como un hombre enfrentado a su destino y muerte, resignado a su suerte desde la soledad; o los retratos, donde se plasman todas sus ideas sobre las nuevas técnicas pictóricas, como en el Retrato de Louis Auguste Schwiter, que en su día adquiriese Degas.
Delacroix está considerado como uno de los precursores del impresionismo, y efectivamente una mirada atenta a las obras presentadas nos da fe de ello.
En definitiva un completísimo repaso a toda su obra.
Aunque es crítico con algunas concepciones del romanticismo, al que tacha de excesivo, su obra encaja como anillo al dedo con todos los atributos de éste: subjetivismo, gusto por el exotismo y lo tétrico, apoyo a los nacionalismos nacientes de la época y una cierta melancolía que impregna toda su obra.
La segunda de las visitas a las que aludía al inicio, ha sido a uno de mis museos preferidos de Madrid, el Romántico, ahora rebautizado después de haber estado nueve años cerrado por obras, como Museo del Romanticismo. La recomiendo fervientemente como complemento de la muestra anterior o simplemente por su valor en sí misma.
La primera vez que lo visité era todavía un adolescente. Posteriormente fui en dos o tres ocasiones más, subyugado por la lectura de Larra y de los grandes escritores románticos franceses: Víctor Hugo, Stendhal, Balzac o Alejandro Dumas (padre).
Uno de los elementos-estrella de aquel viejo museo era la pistola con la que se suicidó el satírico autor de "El pobrecito hablador". En esta última visita, aunque en la sala dedicada al genial escritor había dos pequeñas pistolas en una vitrina, no había mención alguna a que tuviesen relación con el óbito, aun cuando intuyo que son las mismas.
También ocupa lugar preferente en la nueva reestructuración de sus fondos museísticos el sillón (aquí el eufemismo "trono" está más indicado que nunca) donde el justamente denostado monarca decimonónico Fernando VII reposaba sus posaderas, libres de calzones y demás parafernalia, para hacer sus necesidades. Ciertas cosas, como la misma muerte, igualan a todas las personas, aunque en este caso, algún criado se encargaría de recoger sus inmundicias.
Esta casa museo es de gran ayuda para conocer cómo era la vida de una familia burguesa o aristócrata en el siglo XIX. Al fin y al cabo, la cultura estaba en manos de las clases pudientes y para comprender aquélla hay que sumergirse en el modo de vida de éstas.
Lo que me atrajo del romanticismo en mis años adolescentes fue ese espíritu de rebeldía que supuso esta corriente en sus vertientes tanto artística como política.
Para Lord Byron (1788-1824) la misión del poeta romántico será ayudar al hombre a tener una vida más digna. El Romanticismo nace a finales del XVIII, fundamentalmente en Alemania e Inglaterra, extendiéndose a principios del XIX a Francia y posteriormente a España, Rusia e Italia, principalmente.
No es baladí que el Romanticismo surja en países protestantes, donde el cisma con el catolicismo supuso un cambio trascendental en la conciencia del Yo: los reformistas no aceptan intermediarios en su trato con Dios, por ejemplo, la confesión desaparece y la interpretación de las Sagradas Escrituras es individual y directa.
No es fácil definir el Romanticismo, aunque sí que podemos hablar de una actitud vital común a todos aquellos que lo practican en las diferentes artes y facetas de la vida.
La barca de Dante (1822) - Eugène Delacroix |
"En cuanto doy alto sentido a lo ordinario, a lo conocido dignidad de desconocido y apariencia infinita a lo finito, con todo ello romantizo".Como decía, hay elementos comunes a todo el movimiento, como pueden ser: inquietud continua; melancolía rayando en el pesimismo, individualismo en cierto modo antisocial y cercano al narcisismo; contestación a lo establecido, ruptura con las normas morales imperantes y ansia de libertad ilimitada.
En política, los románticos están ligados al liberalismo y opuestos a las monarquías absolutistas.
En cuanto a la filosofía, las ideas de Fichte encarnan el espíritu romántico: su teoría del Yo, como única realidad existente, posibilita que la poesía en tanto que representación y voz del alma interior del individuo, se convierta en expresión de ese Yo que es al mismo tiempo el único Universo posible.
La Filosofía de la Naturaleza de Schelling dará salida al círculo cerrado de Fichte, admitiendo la existencia de un mundo exterior (la Naturaleza) al que accedemos desde el Yo mediante la intuición, en un ámbito de libertad.
Ambas deben su desarrollo y continúan el idealismo trascendental de Kant, verdadera revolución en el pensamiento moderno (el famoso "giro copernicano"): el conocimiento humano sólo puede referirse a los fenómenos y no a las cosas en sí, lo que implica por una parte, su carácter limitado y la influencia de la conciencia individual sobre el objeto conocido.
El ansia de libertad será, por tanto, el motor del espíritu romántico: no se somete a normas, sean éstas artísticas o no, el ideal hacia el que enfocar su existencia, una utopía inalcanzable, pero que nos lleva a reconciliar nuestro Yo con la Naturaleza externa.
La libertad guiando al pueblo (1830) - Eugène Delacroix |
La cultura occidental moderna, como vemos, no está tan lejos del Romanticismo: la búsqueda de la libertad del individuo continúa frenética en nuestro mundo, imbuida sin saberlo de ese mismo espíritu que estremecía a los románticos: libertad frente a los dogmas religiosos, libertad de la mujer frente al machismo imperante, libertad de las pequeñas naciones frente a las poderosas que las engullen, libertad en los comportamientos y en la educación, libertad de los débiles y oprimidos frente al opulento sistema capitalista, libertad de los ciudadanos de a pie frente al poder político, ...
Pero del mismo modo que en el Romanticismo, la ruptura con lo establecido supone desgarramiento e inseguridad, que conducen al pesimismo, a la angustia o la melancolía, como tan magistralmente supieron expresar los artistas románticos.
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