Repentinamente a todos nos ha entrado un interés extraordinario por la Ciencia con mayúsculas, a raíz del descubrimiento del ya famoso Bosón de Higgs.
No está de más que de vez en cuando nos interesemos por temas que vayan más allá de la tonadillera de turno pululando por las televisiones, aunque a este paso igual vemos al doctor Peter Higgs, lo dudo, o a la señora que le limpiaba la habitación cuando era un estudiante aplicado en el King's College londienense de los años 50, en el programa de Jorge Javier Vázquez, explicándonos que dejaba los gallumbos y los calcetines diseminados por la habitación.
Frivolidades aparte, allá por octubre de 2008 cuando empecé a escribir este blog, ya me interesé por el experimento con el acelerador de partículas del CERN, del que entonces se hacían eco los medios debido a una avería que retrasaba su puesta en marcha.
No voy a intentar explicar lo que otros mucho más preparados que yo explicarán mejor, a mí me interesan sobre todo los cambios que un nuevo conocimiento científico producen en nuestra forma de entender el mundo y en nuestras ideas, aunque algunos mesiánicos sigan aferrados a las suyas e intenten arrimar el ascua a su sardina a la mínima oportunidad, léase Conferencia Episcopal Española. Aquí cabría aplicar el infalible dicho de "respuesta sin pregunta, mentira segura".
De cualquier forma se les alaba el gesto frente a la actitud de sus predecesores en el tiempo, aunque bien es cierto que entonces tenían más poder, entre otras cosas porque la ignorancia campaba a sus anchas a su alrededor.
Alaban el que se conozca al bosón de Higgs como la partícula de Dios, denominación que, por cierto, no le hace mucha gracia al propio físico inglés, ateo confeso, como lo son gran parte de la comunidad científica, cuando no panteístas.
Lo que casi nadie explica es de dónde le viene el apellido a la micropartícula. Como muchas otras cosas en nuestro mercantilizado mundo, se lo debemos a una cuestión de marketing en una afán de incrementar la difusión de un producto.
Cuando el también científico Leon Lederman, premio Nobel de Física de 1988 por su trabajo sobre los neutrinos, presentó a su editor un libro titulado "The Goddamn Particle: If the Universe is the Answer, What is the Question?" ("La partícula maldita: si el Universo es la respuesta, ¿cuál es la pregunta?") cambiaron el Goddamn por God a secas, convirtiendo maldita partícula (o puta partícula, en un castellano más cercano al sentido blasfemo del término en inglés) en Partícula de Dios, mucho más vendible y menos agresivo verbalmente.
El experimento de Ginebra confirma la última de las partículas elementales predicha en el llamado modelo estándar de la Física, y da un paso más en el avance hacia el conocimiento del origen del Universo, aunque como siempre que se cierra una puerta, se abren muchas nuevas, que multiplican las posibilidades de investigación.
Como en la novela de Michel Houellebeqc que da título al post, el final todavía es de ciencia ficción para muchos de nosotros. Cuando hace unos años leí por primera vez al autor de Plataforma y Las partículas elementales, me quedé impresionado y atrapado por su discurso, a pesar de que cada página que leía era un puñetazo provocador al lector.
Releyendo esta última nos damos cuenta de la plena vigencia de su ácida crítica a la sociedad postmoderna surgida del mayo del 68, las contradicciones de aquellos hippies convertidos en acomodados burgueses, lo que ha quedado de aquellos años en los que todavía cambiar el mundo era posible.
Aunque la novela pueda parecernos obra de un cínico depravado y pesimista sin remedio, detrás de todo ese discurso hay una gran sensibilidad hacia la naturaleza humana, tratada desde la exactitud de la ciencia, que siempre se ve mezclada con los factores sociales que le dan forma al individuo. En el fondo, Las partículas elementales es una novela sobre la libertad y los discursos del poder y la lógica del pensamiento pragmático. El drama es un drama de ideas; en él se debaten los principios de una humanidad atrapada por lo útil y alejada de lo trascendente, entendido ésto no en el sentido en que lo hace la religión, sino como aquéllo que va más allá del utilitarismo a corto plazo.
Aunque no comparto su pesimismo, me gusta su carácter provocador que agita nuestras conciencias.
Políticamente incorrecto, la conclusión a la que parece llegar en la novela, es que el ser humano, no tiene remedio y sólo un cambio genético-biológico que lo transformase en una especie nueva, más allá del Homo Sapiens, lo sacaría del caos y sufrimiento en el que está sumido.
Se puede o no estar de acuerdo, pero hay que reconocerle que la propuesta es al menos sorprendente, aunque no sea nueva. Estaría en la línea del "Superhombre" de Niestzche.
Pero más allá de estar o no de acuerdo con el personaje, sus novelas son agitadoras, despiertan nuestras conciencias y no dejan a nadie indiferente. Suficiente para ser recomendable.
En estos momentos estoy leyendo su última novela, "El mapa y el territorio", y de momento, sigo fascinado con su literatura.
No está de más que de vez en cuando nos interesemos por temas que vayan más allá de la tonadillera de turno pululando por las televisiones, aunque a este paso igual vemos al doctor Peter Higgs, lo dudo, o a la señora que le limpiaba la habitación cuando era un estudiante aplicado en el King's College londienense de los años 50, en el programa de Jorge Javier Vázquez, explicándonos que dejaba los gallumbos y los calcetines diseminados por la habitación.
Frivolidades aparte, allá por octubre de 2008 cuando empecé a escribir este blog, ya me interesé por el experimento con el acelerador de partículas del CERN, del que entonces se hacían eco los medios debido a una avería que retrasaba su puesta en marcha.
No voy a intentar explicar lo que otros mucho más preparados que yo explicarán mejor, a mí me interesan sobre todo los cambios que un nuevo conocimiento científico producen en nuestra forma de entender el mundo y en nuestras ideas, aunque algunos mesiánicos sigan aferrados a las suyas e intenten arrimar el ascua a su sardina a la mínima oportunidad, léase Conferencia Episcopal Española. Aquí cabría aplicar el infalible dicho de "respuesta sin pregunta, mentira segura".
De cualquier forma se les alaba el gesto frente a la actitud de sus predecesores en el tiempo, aunque bien es cierto que entonces tenían más poder, entre otras cosas porque la ignorancia campaba a sus anchas a su alrededor.
Alaban el que se conozca al bosón de Higgs como la partícula de Dios, denominación que, por cierto, no le hace mucha gracia al propio físico inglés, ateo confeso, como lo son gran parte de la comunidad científica, cuando no panteístas.
Lo que casi nadie explica es de dónde le viene el apellido a la micropartícula. Como muchas otras cosas en nuestro mercantilizado mundo, se lo debemos a una cuestión de marketing en una afán de incrementar la difusión de un producto.
Cuando el también científico Leon Lederman, premio Nobel de Física de 1988 por su trabajo sobre los neutrinos, presentó a su editor un libro titulado "The Goddamn Particle: If the Universe is the Answer, What is the Question?" ("La partícula maldita: si el Universo es la respuesta, ¿cuál es la pregunta?") cambiaron el Goddamn por God a secas, convirtiendo maldita partícula (o puta partícula, en un castellano más cercano al sentido blasfemo del término en inglés) en Partícula de Dios, mucho más vendible y menos agresivo verbalmente.
El experimento de Ginebra confirma la última de las partículas elementales predicha en el llamado modelo estándar de la Física, y da un paso más en el avance hacia el conocimiento del origen del Universo, aunque como siempre que se cierra una puerta, se abren muchas nuevas, que multiplican las posibilidades de investigación.
Como en la novela de Michel Houellebeqc que da título al post, el final todavía es de ciencia ficción para muchos de nosotros. Cuando hace unos años leí por primera vez al autor de Plataforma y Las partículas elementales, me quedé impresionado y atrapado por su discurso, a pesar de que cada página que leía era un puñetazo provocador al lector.
Releyendo esta última nos damos cuenta de la plena vigencia de su ácida crítica a la sociedad postmoderna surgida del mayo del 68, las contradicciones de aquellos hippies convertidos en acomodados burgueses, lo que ha quedado de aquellos años en los que todavía cambiar el mundo era posible.
Aunque la novela pueda parecernos obra de un cínico depravado y pesimista sin remedio, detrás de todo ese discurso hay una gran sensibilidad hacia la naturaleza humana, tratada desde la exactitud de la ciencia, que siempre se ve mezclada con los factores sociales que le dan forma al individuo. En el fondo, Las partículas elementales es una novela sobre la libertad y los discursos del poder y la lógica del pensamiento pragmático. El drama es un drama de ideas; en él se debaten los principios de una humanidad atrapada por lo útil y alejada de lo trascendente, entendido ésto no en el sentido en que lo hace la religión, sino como aquéllo que va más allá del utilitarismo a corto plazo.
Aunque no comparto su pesimismo, me gusta su carácter provocador que agita nuestras conciencias.
Políticamente incorrecto, la conclusión a la que parece llegar en la novela, es que el ser humano, no tiene remedio y sólo un cambio genético-biológico que lo transformase en una especie nueva, más allá del Homo Sapiens, lo sacaría del caos y sufrimiento en el que está sumido.
Se puede o no estar de acuerdo, pero hay que reconocerle que la propuesta es al menos sorprendente, aunque no sea nueva. Estaría en la línea del "Superhombre" de Niestzche.
Pero más allá de estar o no de acuerdo con el personaje, sus novelas son agitadoras, despiertan nuestras conciencias y no dejan a nadie indiferente. Suficiente para ser recomendable.
En estos momentos estoy leyendo su última novela, "El mapa y el territorio", y de momento, sigo fascinado con su literatura.
Mi querido Emilio:
ResponderEliminarTe escribo un pequeño comentario para que quede constancia de que se te sigue ,no tan a menudo como una quisiera pero si que de vez en cuando paso un rato agradable leyendo tu blog y adquiriendo un poquito de culturilla .Pues te diré que me he llevado una grata sorpresa con tu artículo "Las Partículas Elementales " y me he dicho: " uy que "in" está mi cuñado hablando del Bosón de Higgs. Pero luego he seguido leyendo y he ido a aterrizar en Michel Houellebecq. Yo precisamente "LAS PARTÍCULAS ELEMENTALES" no he leído , lo cual , prometo hacerlo .He leído PLATAFORMA , libro que me prestó y recomendó mi querido Venancio , el cual es un acérrimo seguidor de este autor. El libro me pareció de fácil lectura y la verdad es que el hombre hace una crítica brutal del turismo sexual en Extremo Oriente y además, creo que luego le acusaron de misoginia y racismo.Desde luego este hombre escapa a lo políticamente correcto . Bueno me despido esperando que sigas escribiendo este tipo de artículos para que nosotros los podamos leer.
Hola Emilio, muy interesante tu artículo. Levantarte un día por la mañana y mientras te afeitas con la radio encendida oyendo a Carlos Herrera, por cierto muy ducho en este tema, no deja de sorprenderte oir hablar del Bosón. Los que no estamos puestos en el asunto, de entrada te resulta algo novedoso, pero luego te vas interesando porque hace evadirte de una rutina muy asfixiante. Sobre todo te incita a la reflexión sobre algo que debería ser más comentado y divulgado. Nos hemos acostumbrado a la inmediated y a la resolución rápida de todo. En los medios es noticia lo instantáneo y en 24-48h deja de ser novedoso y pasa a un segundo plano. Esto de intentar engarzar todos los conocimientos sobre la formación del Universo no es noticiable y no abre Telediarios. Los políticos buscan notoriedad hablando de lo que ellos controlan. Para ellos Higgs es un extraño y como ellos no controlan esos conocimientos pues no interesa. Es un soplo de aire fresco dentro de esta actualidad tan encorsetada.
ResponderEliminarUn saludo,