Uno de los edificios más emblemáticos de Donostia-San Sebastián vuelve a estar en la picota. Ya se salvó anteriormente por la campana y esperemos que esta vez también lo consiga.
Sus propietarios proyectan construir un hotel de lujo, recreando el aspecto actual y conservando su cúpula principal. Además aumentarían la altura, basándose en que el levante de los edificios adyacentes ha hecho perder homogeneidad a la manzana en la que se integra.
Lo cierto es que es difícil conciliar las lícitas pretensiones de una empresa privada propietaria del edificio con el interés general que salvaguarde el evidente valor histórico-cultural del edificio.
Construido en 1914 en la intersección de las calles Urbieta y Prim, se utilizó principalmente como sala de cine y tras cerrarse ésta sirvió de local de ensayo al Orfeón Donostiarra hasta su abandono definitivo.
El que entonces fuese presidente de la SADE, todavía actual propietaria del edificio, el empresario de Ikaztegieta afincado en Donostia, Vicente Mendizábal, encargó su construcción al arquitecto Ramón Cortázar Urruzola, hijo del también arquitecto Antonio Cortázar, artífice éste del ensanche que lleva su nombre surgido tras el derribo de las murallas que entendían entonces, constreñían e impedían el crecimiento de la ciudad.
Hoy en día, y por el mismo motivo que no entendemos que se derribe el viejo teatro, tampoco comprenderíamos que para ensanchar y ampliar la ciudad hiciese falta derribar las murallas, pudiendo haberlas integrado en su expansión, de lo que hay múltiples ejemplos por toda Europa.
Otra cosa es que tras la destrucción e incendio del 31 de agosto de 1813, todavía presentes cincuenta años después, se quisiese olvidar todo aquello que recordase al carácter militar y defensivo de San Sebastián.
Volviendo al edificio en cuestión, se construyó con un carácter conmemorativo como colofón al primer ensanche, como decimos 100 años después de la destrucción de la ciudad y 50 tras haberse derribado las murallas, sobre un solar de forma triangular y achaflanado en su vértice, en un principio destinado sólo a cinematógrafo, pero previendo que fuese posible añadir un escenario para las representaciones teatrales si así se estimase conveniente. Se inauguró oficialmente el 13 de febrero de 1915.
A diferencia de lo que ocurre en otras zonas de Europa, e incluso de América, donde la más corta historia de sus ciudades lleva a conservar edificios que aquí ni consideraríamos, en nuestros lares siempre hemos tenido una idea equivocada de lo que significa progreso.
No hay más que darse una vuelta por cualquier ciudad europea media para darnos cuenta del esfuerzo que han hecho muchas de ellas por conservar y recuperar su memoria histórica. Incluso aquéllas que fueron castigadas por los bombardeos y destrucciones de las sucesivas guerras europeas, se afanaron en la recuperación de sus cascos históricos. En Alemania se han llegado a reconstruir barrios enteros tal y como eran antes de la Segunda Guerra Mundial, y se ha intentado ser fieles al modelo original. Muchas de estas obras continúan en marcha más de 50 años después. Como ejemplo, el Zwinger de Dresde.
En el fondo, es una búsqueda de la identidad perdida a través de los paisajes urbanos.
Otro ejemplo de la importancia que tienen las ciudades y sus símbolos en el imaginario colectivo, sería lo ocurrido durante las todavía recientes en nuestra memoria, guerras de la antigua Yugoslavia.
Recordemos con qué ahínco los serbios se afanaban en destruir los monumentos de Sarajevo con el objetivo de borrar cualquier vestigio de identidad bosnio.
En 1975 se publica en Amsterdam la Carta Europea del Patrimonio Arquitectónico.
En este importante documento surgido del Congreso sobre Patrimonio Arquitectónico Europeo, se enfatizan los conceptos de restauración integral e intervención mínima frente a los excesos de quienes actuaban siguiendo criterios básicamente de reutilización y funcionalidad, excesos que condujeron a intervenciones muy duras que hicieron desaparecer de forma irreversible los valores históricos de los edificios modificados.
Durante muchos años se ha sustituido el derribo por una falsa modernización y adaptación a nuevas utilidades de los edificios, manteniendo hasta cierto punto las fachadas, aunque seriamente modificadas, acabaron cayendo en un puro fachadismo y en la destrucción de la memoria histórica que todavía conservaban. En Tolosa, tenemos ejemplos múltiples: desde el Palacio Aramburu, hasta el propio Ayuntamiento, pasando por el Molino.
En el caso del Bellas Artes de Donostia, seguimos intentando hacer lo mismo.
Al año siguiente de la publicación de la Carta de Amsterdam (1976) el Consejo de Europa emite una resolución relativa a la adaptación de los sistemas legislativos y reglamentarios a los requisitos de la conservación integrada del patrimonio arquitectónico, en la que se afirma que "los monumentos y los bienes culturales históricos identifican a un pueblo y su trayectoria histórica y son signo de su progreso como civilización".
La historia de Donostia no se entiende sin el resurgir tras su destrucción hace ahora doscientos años y por otra parte el cine y su Zinemaldia han sido unos de los motores culturales de la ciudad desde los años 50 del siglo pasado. El Bellas Artes aúna ambas tradiciones.
Precisamente San Sebastián no es una ciudad que por unas circunstancias u otras haya conservado su patrimonio arquitectónico. Y ése era uno de los motivos para que uno de sus ciudadanos más insignes, don Pío Baroja, tuviese tan mal concepto de la ciudad que le vio nacer. Le parecía insulsa y sin carácter, una ciudad nueva, sin una identidad definida, que encontraba sin embargo en pueblos más pequeños del entorno. En su guía de viaje "El País Vasco" la califica como ciudad de forasteros y fondistas.
En general en Gipuzkoa, salvo honrosas excepciones como Oñati, Bergara, Segura u Hondarribia, sus villas y ciudades no han sabido conservar edificios que nos mostrasen su evolución histórica. Los años de la expansión industrial del siglo XX, sobre todo entre 1960 y 1970, fueron nefastos en este sentido y además de habernos legado horribles construcciones, se llevaron por delante gran parte del patrimonio. Y a pesar de las recomendaciones europeas seguimos con la misma política.
Sin ir más lejos, en Tolosa hace 3 años escasos se derribó el edificio que albergó la industria Gráficas Labayen y Laborde y está próximo, aunque ahora parece que se ha paralizado por falta de recursos, no por voluntad de conservación, el derribo del actual Hostal Oyarbide, edificio que con diversas denominaciones se ha dedicado desde 1800 a acoger a los viajeros que pasaban por nuestra villa.
Hace unos días conocíamos que al menos de momento se va a conservar el edificio de Txarama que albergó la papelera "La Confianza" en 1856 y que hasta entrado este siglo mantuvo la actividad papelera bajo diferentes razones sociales. Una vez más, ¿para cuándo un Museo del Papel en Tolosa? Éste sería un buen emplazamiento.
Sus propietarios proyectan construir un hotel de lujo, recreando el aspecto actual y conservando su cúpula principal. Además aumentarían la altura, basándose en que el levante de los edificios adyacentes ha hecho perder homogeneidad a la manzana en la que se integra.
Lo cierto es que es difícil conciliar las lícitas pretensiones de una empresa privada propietaria del edificio con el interés general que salvaguarde el evidente valor histórico-cultural del edificio.
Construido en 1914 en la intersección de las calles Urbieta y Prim, se utilizó principalmente como sala de cine y tras cerrarse ésta sirvió de local de ensayo al Orfeón Donostiarra hasta su abandono definitivo.
El que entonces fuese presidente de la SADE, todavía actual propietaria del edificio, el empresario de Ikaztegieta afincado en Donostia, Vicente Mendizábal, encargó su construcción al arquitecto Ramón Cortázar Urruzola, hijo del también arquitecto Antonio Cortázar, artífice éste del ensanche que lleva su nombre surgido tras el derribo de las murallas que entendían entonces, constreñían e impedían el crecimiento de la ciudad.
Hoy en día, y por el mismo motivo que no entendemos que se derribe el viejo teatro, tampoco comprenderíamos que para ensanchar y ampliar la ciudad hiciese falta derribar las murallas, pudiendo haberlas integrado en su expansión, de lo que hay múltiples ejemplos por toda Europa.
Otra cosa es que tras la destrucción e incendio del 31 de agosto de 1813, todavía presentes cincuenta años después, se quisiese olvidar todo aquello que recordase al carácter militar y defensivo de San Sebastián.
Volviendo al edificio en cuestión, se construyó con un carácter conmemorativo como colofón al primer ensanche, como decimos 100 años después de la destrucción de la ciudad y 50 tras haberse derribado las murallas, sobre un solar de forma triangular y achaflanado en su vértice, en un principio destinado sólo a cinematógrafo, pero previendo que fuese posible añadir un escenario para las representaciones teatrales si así se estimase conveniente. Se inauguró oficialmente el 13 de febrero de 1915.
A diferencia de lo que ocurre en otras zonas de Europa, e incluso de América, donde la más corta historia de sus ciudades lleva a conservar edificios que aquí ni consideraríamos, en nuestros lares siempre hemos tenido una idea equivocada de lo que significa progreso.
No hay más que darse una vuelta por cualquier ciudad europea media para darnos cuenta del esfuerzo que han hecho muchas de ellas por conservar y recuperar su memoria histórica. Incluso aquéllas que fueron castigadas por los bombardeos y destrucciones de las sucesivas guerras europeas, se afanaron en la recuperación de sus cascos históricos. En Alemania se han llegado a reconstruir barrios enteros tal y como eran antes de la Segunda Guerra Mundial, y se ha intentado ser fieles al modelo original. Muchas de estas obras continúan en marcha más de 50 años después. Como ejemplo, el Zwinger de Dresde.
En el fondo, es una búsqueda de la identidad perdida a través de los paisajes urbanos.
Otro ejemplo de la importancia que tienen las ciudades y sus símbolos en el imaginario colectivo, sería lo ocurrido durante las todavía recientes en nuestra memoria, guerras de la antigua Yugoslavia.
Recordemos con qué ahínco los serbios se afanaban en destruir los monumentos de Sarajevo con el objetivo de borrar cualquier vestigio de identidad bosnio.
En 1975 se publica en Amsterdam la Carta Europea del Patrimonio Arquitectónico.
En este importante documento surgido del Congreso sobre Patrimonio Arquitectónico Europeo, se enfatizan los conceptos de restauración integral e intervención mínima frente a los excesos de quienes actuaban siguiendo criterios básicamente de reutilización y funcionalidad, excesos que condujeron a intervenciones muy duras que hicieron desaparecer de forma irreversible los valores históricos de los edificios modificados.
Durante muchos años se ha sustituido el derribo por una falsa modernización y adaptación a nuevas utilidades de los edificios, manteniendo hasta cierto punto las fachadas, aunque seriamente modificadas, acabaron cayendo en un puro fachadismo y en la destrucción de la memoria histórica que todavía conservaban. En Tolosa, tenemos ejemplos múltiples: desde el Palacio Aramburu, hasta el propio Ayuntamiento, pasando por el Molino.
Al año siguiente de la publicación de la Carta de Amsterdam (1976) el Consejo de Europa emite una resolución relativa a la adaptación de los sistemas legislativos y reglamentarios a los requisitos de la conservación integrada del patrimonio arquitectónico, en la que se afirma que "los monumentos y los bienes culturales históricos identifican a un pueblo y su trayectoria histórica y son signo de su progreso como civilización".
La historia de Donostia no se entiende sin el resurgir tras su destrucción hace ahora doscientos años y por otra parte el cine y su Zinemaldia han sido unos de los motores culturales de la ciudad desde los años 50 del siglo pasado. El Bellas Artes aúna ambas tradiciones.
Precisamente San Sebastián no es una ciudad que por unas circunstancias u otras haya conservado su patrimonio arquitectónico. Y ése era uno de los motivos para que uno de sus ciudadanos más insignes, don Pío Baroja, tuviese tan mal concepto de la ciudad que le vio nacer. Le parecía insulsa y sin carácter, una ciudad nueva, sin una identidad definida, que encontraba sin embargo en pueblos más pequeños del entorno. En su guía de viaje "El País Vasco" la califica como ciudad de forasteros y fondistas.
En general en Gipuzkoa, salvo honrosas excepciones como Oñati, Bergara, Segura u Hondarribia, sus villas y ciudades no han sabido conservar edificios que nos mostrasen su evolución histórica. Los años de la expansión industrial del siglo XX, sobre todo entre 1960 y 1970, fueron nefastos en este sentido y además de habernos legado horribles construcciones, se llevaron por delante gran parte del patrimonio. Y a pesar de las recomendaciones europeas seguimos con la misma política.
Sin ir más lejos, en Tolosa hace 3 años escasos se derribó el edificio que albergó la industria Gráficas Labayen y Laborde y está próximo, aunque ahora parece que se ha paralizado por falta de recursos, no por voluntad de conservación, el derribo del actual Hostal Oyarbide, edificio que con diversas denominaciones se ha dedicado desde 1800 a acoger a los viajeros que pasaban por nuestra villa.
Hace unos días conocíamos que al menos de momento se va a conservar el edificio de Txarama que albergó la papelera "La Confianza" en 1856 y que hasta entrado este siglo mantuvo la actividad papelera bajo diferentes razones sociales. Una vez más, ¿para cuándo un Museo del Papel en Tolosa? Éste sería un buen emplazamiento.
Estos edificios deben ser mantenidos con el tiempo para que su seguridad sea la misma que cuando se construyeron por primera vez. Es muy habitual que los edificios antiguos de las ciudades sean renovados o mantenidos con frecuencia para adaptarse a las nuevas medidas antiincendios e impermeabilidades.
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