Vergüenza ajena es lo que da el espectáculo que hemos ofrecido los vascos con el asunto de los ya archifamosos hallazgos de Iruña Veleia. Es una imagen de lo que es el "país de la consulta" donde vivimos, donde cualquier noticia que afecte a nuestra identidad remueve lo más profundo de nuestras convicciones y unos y otros nos vamos colocando en un lado u otro de la raya. ¡Patético espectáculo!
El conjunto arqueólógico de Iruña Veleia, en Álava, está situado en el municipio de Iruña de Oca, en plena Llanada alavesa, y es conocido desde el siglo XVI, aunque las primeras excavaciones se llevan a cabo a partir del XIX, como suele ser habitual con múltiples interrupciones presupuestarias. Bajo los niveles de época romana, se oculta un gran poblado cuyo origen se remonta al siglo VIII a.c.
Hace dos años y en el curso de las nuevas excavaciones que un equipo de arqueólogos viene realizando desde hace un tiempo, con el patrocinio de la empresa pública Euskotren, se anunciaron a bombo y platillo con gran eco en los medios de comunicación, unos hallazgos calificados como extraordinarios de diversas (y variopintas, añado yo) inscripciones relizadas mediante la técnica del punzón sobre soportes cerámicos. Las más importantes eran un calvario datado en el siglo III, jeroglíficos egipcios (también del siglo III) e inscripciones en euskera entre los siglos III y VI. Los descubridores aportan pruebas de la cronología de las piezas, pero con ello sólo demuestran que el soporte sobre el que están hechas las inscripciones es efectivamente del siglo III, no en qué momento se hicieron los grabados.
Ahora se ha demostrado el fraude, pero desde unos meses después del hallazgo, ya hubo voces que mostraban su escepticismo, en base a las numerosas incongruencias que presentaban: la inscrpción RIP (claramente una herejía) en lugar de INRI en el crucifijo, el anacronismo de la aparición de jeroglíficos egipcios, referencias a Nefertiti (nombre que empezaron a utilizar los egiptólogos del siglo XIX) o palabras en euskera como "urdin o "zuri" que evidenciaban que el euskera no había evolucionado en siglos, en contra de lo que ocurre con todas las lenguas.A pesas de ello, el equipo investigador, sin contrastar los hallazgos y secundado por nuestros políticos e instituciones, se pusieron manos a la obra para difundir los extraordinarios hallazgos, que demostraban que el euskera se hablaba en Araba desde el siglo III, desmontando además la hoy en día cada vez más aceptada teoría de la vasconización tardía (siglo V) del actual territorio euskaldun y que, en contra de lo aceptado mayoritariamente por la comunidad linguista, se escribía ya 600 años antes del Códice de San Millán de la Cogolla. La Iglesia, como no, también se subió al carro, y por dos veces en el boletín de la diócesis, avaló los descubrimientos, que retrasaban en siglos la cristianización de los vascos y no sólo eso, sino que además hacíamos crucifijos antes que nadie (ganaba en dos siglos nada menos al siguiente) Hasta el Vaticano habló de la posibilidad de exponer alguno de los restos en sus mueos.
No sólo los nacionalistas se entusismaron con los hallazgos, también el PP, que entonces tenía en sus manos la Diputación de Álava, y el PSOE, que gobernaba el Ayuntamiento de Iruña de Oca. Ninguno se quería quedar atrás, y cada uno con sus diferentes intereses apoyaron y siguieron apoyando los hallazgos, a pesar de las muchas dudas que se habían generado acerca de los descubrimientos.
Ni el yacimiento en sí, ni el euskera, necesitaban estos engaños para reafirmarse. La importancia del yacimiento está fuera de toda duda, con o sin inscripciones, y el euskera seguirá siendo una de las lenguas más antiguas de Europa, con un origen distinto al indoeuropeo, caracaterística que comparte con sólo tres lenguas más en Europa: el finés, el húngaro y el estonio.
Los responsables políticos de la cultura se tienen que ocupar de ella, y no de sus intereses partidistas. La cultura es la memoria colectiva y con ella y con el dinero de todos los ciudadanos no se juega. Ya hace unos años, hubo otro episodio similar en Álava, con las pinturas rupestres de las cuevas de Zubialde, a la que el político de turno llegó a calificar de Capilla Sixtina del arte rupestre. Al tiempo se descubrió la falsificación y se cubrió todo el asunto con un tupido velo. Nunca hemos sabido con certeza quién hizo las falsificaciones, aunque al descubridor le quitaron la subvención que se habían apresurado a darle. Al menos en aquella ocasión la falsificación era de más calidad (no pintaron una ikurriña en el lomo de los mamuts), aunque se dejaron pelitos verdes del ScothBritte que habían utilizado para darle la patina de antiguedad. Lo que llama verdaderamente la atención de este asunto de Iruña Veleia es que se hayan tardado dos años en destapar el fraude cuando las pruebas eran tan evidentes desde el principio. ¿Sabremos alguna vez quién hizo los grabados y qué ocultos intereses apoyaron la jugada desde la sombra? Espero que sí, aunque mucho me temo que no.
la historia la escriben los ganadores y los que al pairo viven de lo que los ganadores sacan de su interpretación de la historia...poco carro para tanto arqueólogo de pacotilla
ResponderEliminarEmilio, me parece fenomenal tu comentario, aunque lo veo un poco falto de tu "filisofia natural". Es cierto que de estas ruinas/yacimientos deben estar orullosos todos los vascos, pero por ende todos los españoles, y me parece de vergüenza que ninguna administración en estos años se diera cuenta de estos hechos y los daños qaue los mismosede causar.
ResponderEliminarFRANCISCO
Se agradecen artículos como los de Emilio que ponen una vez más de manifiesto, cómo podemos llegar a confundir las churras con las merinas.
ResponderEliminarUna cosa es la identidad cultural, otra es, la identidad de las culturas políticas y otra muy distinta es la ciencia. En el caso del descubrimiento del yacimiento alavés, la que ha ganado es la ciencia. Esta se ha impuesto a otro tipo de intereses, económicos políticos, etc. La ciencia es lenta pero tozuda y descubre hechos y les intenta dar una explicación objetiva o al menos alguna hipótesis. La política reviste de ideas esos hechos calificándolos como aceptables o no aceptables en base a sus propias convicciones.